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¡Adiós a Don Ruy!
Patología
Patología 2022; 60: 1-5.
https://doi.org/10.24245/patrl.v60id.7394Mario Magaña
Profesor de Patología y Dermatología, Facultad de Medicina de la UNAM, Jefe del Servicio de Dermatología, Hospital General de México Dr. Eduardo Liceaga, Ciudad de México.
Recibido: enero 2022
Aceptado: enero 2022
Mario Magaña
mariomg@dermaypatologia.com
Magaña M. ¡Adiós a Don Ruy! Patología Rev Latinoam 2022; 60: 1-5.
EL Maestro Don Ruy Pérez Tamayo falleció el pasado 26 de enero de 2022 con 97 años de vida fructífera, gozosa, llena de alumnos, amigos, distinciones y premios bien merecidos. Formó una linda familia con su encantadora esposa la Dra. Irmgard Montfort.
Cuando se trataba del Dr. Pérez-Tamayo, frecuentemente se decía que no necesitaba presentación, y era cierto porque tratándose de uno de los grandes maestros de la medicina, no sólo en México, fue bien conocido por la mayor parte de los médicos y otros científicos e intelectuales no médicos. Pero quizá no tanto por las nuevas generaciones. (Figura 1).
Conocimos al Dr. Ruy Pérez Tamayo como: el gran patólogo, supimos que su labor asistencial ha sido trascendente y que también fue un investigador científico brillante y original, que ostentó esas “dos camisetas” ya que con la misma fluidez hablaba de un tumor de colisión o del nucléolo aparente, que de Entamoeba hystolitica o de la colagenasa y los diversos tipos moleculares de colágena; estuvo muy bien acreditado su destacado papel en la ciencia y admiramos sus logros en las líneas de investigación que cultivó.
Sabemos que fundó en 1954 la Unidad de Patología de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en el Hospital General de México (hoy Dr. Eduardo Liceaga) de la Secretaría de Salud y formalizó la especialidad en nuestro país.
¡Qué difícil es resumir o pretender resumir la vida de un hombre! ¿Qué pensaba en realidad, qué sentimientos abrigó en su corazón?
Lo ignoramos casi todo, por supuesto tuvo una vida íntima, personal y familiar, que evidentemente fue muy fructífera y estimulante, pero más que intentar entenderla, lo conocimos y lo quisimos por lo que asomó en su vida pública y profesional, lo que decía, lo que escribió, lo que nos enseñó y compartió.
Por ello, quizás lo más aconsejable sea evocar las resonancias que el Maestro ha dejado impresas en nuestra propia vida.
Mi primer encuentro con Don Ruy data de la “prehistoria”, cuando fui su alumno de pregrado en la Facultad de Medicina de la UNAM, tres años después fui a pedirle que me recibiera en su servicio de Patología, allá en su época del entonces Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán, a fin de desarrollar mi Tesis Profesional y hacer mi primer año de Patología general como mi Servicio Social dirigido por él, era el año de 1979. Me aceptó enseguida y sin escollos.
Ese fue uno de los años más productivos de mi vida profesional, estaba yo recién recibido y tenia 24 años de edad, trabajábamos de 8am a 8pm, y Don Ruy, era el prototipo de la puntualidad y el cumplimiento; desde entonces estoy convencido que así debe ser un Jefe de Servicio: no sólo experto y conocedor de su área, sino creativo, inspirado, original, con iniciativa, con inventiva; líder y a la vez compañero, que deja hacer y promueve el ser en cada uno de sus colegas, que forma y no sólo informa a sus alumnos y discípulos, que estimula y acompaña. Sólo un Jefe de Servicio así será capaz de sacarle lustre a su especialidad y recuperar el prestigio de nuestras instituciones.
Cómo olvidar las sesiones a las 8 am en la sala de juntas, en las que todos aportábamos un diagnóstico y esperábamos al última palabra por parte del Maestro, pero a él le complacía el debate, el reto diagnóstico, la polémica basada en criterios sólidos. No había papachos ni concesiones, había que emitir un diagnóstico de patólogo, contundente, preciso. Y si se confrontaba con el Maestro, ¡mejor aún!
Recuerdo vivamente las revisiones de autopsias a las 11 horas, Don Ruy las revisaba todas, con patólogos adscritos y residentes presentes, aquellas eran verdaderas disertaciones sobre el tema que había padecido el enfermo.
¿Cómo perderse la Sesión de patología quirúrgica a la 1pm? Imposible, era de lo más educativo y podría durar 2 horas o más. Así como las sesiones con los nefrólogos, con los reumatólogos, los hematólogos, los gastroenterólogos y otros grupos, debíamos llevar nuestros diagnósticos bien fundamentados y defenderlos como patólogos.
Pero en todas las actividades del servicio, siempre había también la oportunidad de un comentario divertido, irónico, ameno, en ocasiones sarcástico, propio de una aguda inteligencia combinada con el buen humor de Don Ruy.
También en aquella época compartíamos con el Maestro las tertulias en la cantina La Providencia, que estaba situada en avenida Revolución casi esquina con calle de la Paz, en San Ángel. Los primeros viernes de cada mes íbamos los residentes de patología con él, compartíamos el pan y el vino, y desde luego conversábamos por varias horas diversos temas: la vida hospitalaria, la patología, los deportes, la música, un poco de política, y regresábamos al laboratorio ya entrada la noche a seguir trabajando.
¿Cómo es que Pérez-Tamayo en un ámbito tan difícil como es el nuestro, por diversos aspectos, pudo lograr tanto y de manera tan amplia como profunda?, sin duda existen múltiples razones: su brillante inteligencia, su ilimitada capacidad de trabajo, su determinación para llegar al objetivo, su férrea autodisciplina, la pasión por su profesión que supo contagiar a sus allegados de manera tan sutil, y desde luego, su generosidad. De todo ello quiero resaltar esto último.
Esa generosidad con que nos enriqueció, no sólo como maestro sino también como amigo; disfruté del privilegio de su amistad por muchos años y como tal Don Ruy supo acompañar. Sólo citaré algunos detalles que lo reflejan de manera objetiva: estuvo con nosotros en los Cursos de Dermatopatología (que organizamos por más de 20 años con Jorge Fernández-Díez), en el Simposio Internacional de Dermatopatología en 1991 en el Hospital General, estuvo con nosotros en el XVI Congreso Internacional de Dermatopatología (Cancún 1995), el primero realizado en un país de Latinoamérica (Figura 2). Nos acompañó en Prologar y en presentar nuestros libros, y en la romántica aventura de hacer posible durante 10 años una revista sobre dermatopatología, la única del mundo en la lengua de Cervantes.
En la arena de la historia y la filosofía de la ciencia en general y de la medicina en particular, Pérez-Tamayo fue excepcional y su obra es muy vasta (Figuras 3 y 4).
Debido a su extraordinaria capacidad de síntesis, así como a su prolífica pluma de envidiable estilo, nos ha legado una obra escrita enorme; no digamos su ya clásico libro Principios de Patología, que fue texto por muchos lustros. O bien su clásico de clásicos: Mechanisms of Disease (Figura 5).
De igual manera no debemos dejar de leer su magnánima obra en dos tomos sobre El Concepto de Enfermedad, publicado en 1988 (Figura 6) en dónde nos lleva al “Descubrimiento más Importante de toda la historia de la Medicina”. Cuando Don Ruy escribe sobre La Revolución Científica juega hábilmente con los continuistas y los discontinuistas y hace un armisticio ideológico con Thomas Khun. En su libro ¿Existe el Método Científico? nos brinda un análisis muy sesudo y objetivo del tema, que desglosa y analiza agudamente desde Platón y Aristóteles hasta los contemporáneos, pasando por la obra de Vesalio, las contribuciones de Harvey, los conceptos de Descartes y las ideas de Francis Bacon, sin olvidar al Círculo de Viena.
En su obra Ética Médica Laica analiza de manera secular y objetiva desde el Código de Hammurabi y el Juramento Hipocrático hasta la investigación en la práctica médica, el aborto, la eutanasia y la deshumanización de la medicina, entre otros temas.
El ser dueño de una vastísima cultura y el poseer un acucioso conocimiento de la patología humana, le permitió ser además, un excepcional orador.
Don Ruy también fue un melómano, conocedor no sólo de los clásicos, sino de los barrocos, de los románticos, de los modernos y seguramente también disfrutó de otros géneros, como quizás de la música incidental y seguramente del jazz. Frecuentemente nos encontrábamos en la Sala Netzahualcóyotl para los conciertos de la OFUNAM los sábados por la noche, él iba con su esposa y yo con la mía, conversábamos un poco en los intermedios. Allí y en otros ámbitos, advertí que Don Ruy, con sólo escuchar las primeras notas, o los primeros acordes y los compases del tema musical, era capaz de reconocer la obra, desde luego al autor y frecuentemente al intérprete; con la misma acuciosidad y precisión con que se asomaba al microscopio para diagnosticar un Hodgkin o un osteosarcoma o un glioblastoma multiforme, en cuestión de segundos.
Pero su polifacética vida no llega hasta allí, también fue un gran atleta, desde niño fue muy deportista, practicó el baloncesto, la natación, fue campeón de clavados y en las últimas décadas un hábil jugador de tenis.
Como culminación de su vida profesional, logró fundar la Unidad de Medicina Experimental de la Facultad de Medicina de la UNAM nuevamente dentro del Hospital General de México Dr. Eduardo Liceaga, S.S., en 1996, con el propósito de establecer un vínculo con los médicos no sólo del propio Hospital General, sino de otras augustas instituciones vecinas: el Hospital Infantil de México Federico Gómez y los Hospitales del Centro Médico Nacional Siglo XXI del IMSS (Figura 7). Como él mismo lo relató en uno de sus muchos libros: “La Segunda Vuelta”.
En este último párrafo quiero subrayar que siempre vi al Maestro Ruy Pérez Tamayo como un ser humano alegre, lleno de entusiasmo, un hombre estudioso y culto; fue un médico científico, honesto, ético y comprometido, un maestro sabio y modelo a seguir, excepcional conversador. Fue un amigo afectuoso, sensible, generoso y muy querido.
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