Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.
Editada y publicada por Editores Latinoamericanos de Patología A.C.

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Celebrando la vida de Ruy Pérez Tamayo (1924-2022)

Periodicidad: continua
Editor: Mario Magaña
Abreviatura: Patologia Rev Latinoam
ISSN: 2395-9581
Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.

          

 

Celebrando la vida de Ruy Pérez Tamayo (1924-2022)

Patología

Patología 2022; 60: 1-4.

https://doi.org/10.24245/patrl.v60id.7480

Miguel Reyes-Múgica

Department of Pathology. University of Pittsburgh School of Medicine. UPMC Children's Hospital of Pittsburgh.


Recibido: enero 2022
Aceptado: enero 2022

Este artículo debe citarse como:

Reyes-Múgica M. Celebrando la vida de Ruy Pérez Tamayo (1924-2022). Patología Rev Latinoam 2022; 60: 1-4.

“De todos los fenómenos que pueden ocurrir a los seres vivos, la muerte es el más universal y el más inevitable.”

 

Tres variaciones sobre la muerte, y otros ensayos biomédicos.
Ruy Pérez Tamayo, 1970.

 

La pérdida de cualquier ser humano es un evento doloroso. Lo es más aún cuando a esa persona nos liga una historia llena de recuerdos y sucesos compartidos a través de casi medio siglo, gracias a los cuales nuestra vida se enriqueció más allá de lo imaginable. Este es para mi el caso de Ruy Pérez Tamayo, fallecido el 26 de enero de 2022.

Nacido en Tampico, estado de Tamaulipas, México (aunque de familia yucateca) en 1924, Ruy desplegó una fulgurante carrera, que se distinguió por sus contribuciones intelectuales a múltiples campos del conocimiento. Sus aportaciones podrían considerarse fundamentales en muchas disciplinas, incluidas la Patología anatómica, la Patología molecular y la Patología experimental; la filosofía médica, la historia de la medicina, y la ética médica (laica, como él mismo se apresuraba a aclarar). Aún y cuando separáramos sus logros en cada uno de estos campos, su carrera se calificaría extraordinaria en todos ellos. Pero cuando se repasa su obra total, resulta difícil comprender cómo un solo individuo pudo haber logrado tanto, y con suprema calidad, enriqueciendo el acervo de múltiples terrenos intelectuales.

Existen múltiples fuentes de información de su curriculum vitae fácilmente asequibles (ver las páginas de El Colegio Nacional, la Academia Mexicana de la Lengua, o la Dirección General de Comunicación Social de la UNAM), no abundaré sobre sus títulos académicos, doctorados, etc. Mejor aprovecharé la oportunidad que me ofrecen Latin American Pathology Foundation (LAPF), y Patología Revista Latiniamericana para comentar aspectos del ser humano que conocí desde 1977, y del que aprendí no sólo patología diagnóstica para servir a nuestros pacientes, sino también cómo trabajar en un laboratorio haciendo experimentos, es decir, ir más allá de la tarea diagnóstica, lo que llamamos investigación biomédica; y que enseñar, además de diagnosticar e investigar, es la tercera de las vertientes fundamentales del trabajo de un médico académico. Ruy se dedicó principalmente a la últimas dos, aunque no deben sorprenderse si les comento que me senté con él a observar al microscopio muchas veces, y lo vi despachar eficientemente bandejas de casos de patología quirúrgica sin mayores dificultades.

Ruy, el investigador científico

Esta es sin duda la faceta preponderante en la vida de Ruy. Comenzó muy tempranamente en ella, desde su época de estudiante de medicina de la UNAM, pues al conocer al también estudiante de medicina, Raúl Hernández Peón (también de origen yucateco, quien llegó a ser un distinguido neurofisiólogo), se estableció una productiva amistad en la que ejecutaban experimentos en animales alrededor de 1943. Esta curiosidad por la investigación científica continuó ahondándose en Ruy, quien después de un par de años, en Estados Unidos, con la dirección de Lauren Ackerman, y ya casado con la Dra. Irmgard Monfort Happel (quien fue una verdadera “cómplice” en la investigación de Ruy hasta la muerte de ella en 2008), volvió a México y estableció una incipiente Unidad de Patología en el Hospital General de México. Así comenzaron quince años de actividad intensa en esa institución, que era la combinación del Departamento de Patología del hospital, y el Departamento de Patología de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Después de esos quince años dirigiendo la Unidad de Patología, Ruy se mudó a trabajar al Departamento de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, y ahí se centró en la investigación de las “verdaderas enfermedades de la colágena”. Esta fue una época de concentración en patología experimental, y junto con Marcos Rojkind, uno de sus más brillantes alumnos, publicó el libro “Molecular Pathology Of Connective Tissues. Edited by Ruy Pérez-Tamayo and Marcos Rojkind. Marcel Dekker, Inc., New York, N.Y., 1973.” Posteriormente, y ya siendo Ruy jefe de Patología (1974-1984) en lo que ahora es el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (INCMNSZ), tendría el privilegio, al terminar mi curso de Patología, de ser invitado por Ruy a trabajar con él y su esposa, también querida maestra y amiga mía, persiguiendo “la bandita”, que no era otra cosa que una banda en un gel de electroforesis, que al final resultó ser la colagenasa. En esa época trabajaba también con ellos (desde 1965) Don Eusebio Tello, “aliado” indispensable de la vida investigativa de Ruy, y con quien sostuve una amistad hasta el día de su muerte. Ruy y su equipo dejaron el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán y volvieron a la UNAM, primero ubicados en la Facultad de Medicina y luego nuevamente en el Hospital General de México, donde en 1989 se cerró el círculo al inaugurarse la Unidad de Investigación en Medicina Experimental, dirigida por Ruy hasta septiembre de 2019, cuando se jubiló.

A lo largo de casi 8 décadas, los temas en que Ruy Pérez Tamayo contribuyó con investigaciones experimentales fueron muchos, pero los más destacados incluyen la cicatrización de las heridas, regeneración y cirrosis hepática, amibiasis, biología de la degradación de la colágena y tuberculosis experimental.

Ruy, un polímata excelso: historiador, filósofo de la medicina y eticista médico (laico)

Entre 1990 y el año 2000, cuando la compra de libros por internet se convirtió en algo fácil y funcional, Ruy adquiría muchos de sus libros en inglés y otros idiomas usando una cuenta que yo mantuve en Chicago y posteriormente en New Haven, CT, en la que depositaba fondos que él me enviaba para ese efecto. Manteníamos una correspondencia activa (antes del correo electrónico y luego a través de éste), donde además de ponernos al corriente en nuestros respectivos asuntos (muchas preguntas mías, respondidas cabalmente por él; algunas preguntas suyas que trataba yo de responder lo mejor posible), invariablemente llegaba una “listita” de entre 10 y 20 libros que me pedía comprar. Los temas iban de estudios sobre Père Lachaise (que fue notablemente difícil de encontrar y acabé fotocopiando en la escuela de arquitectura de Yale), hasta el análisis de la vida médica de Vincent van Gogh, pasando por estudios sobre la Santa Inquisición, el método científico y muchos otros temas que abarcan amplias áreas del conocimiento humano. Yo enviaba los libros puntualmente y algunas veces (limitado por un reducido presupuesto personal) aprovechaba para comprar por cuenta mía algunos ejemplares de esas listas para mi propio acervo. Era como tener el New York Review of Books en forma seleccionada y particular a mi alcance. En cada nueva carta o mensaje recibido, leía sus comentarios de la remesa anterior: “El de van Gogh, excelente… el de ‘Fulano’, superficial, no pierdas tu tiempo”. Periódicamente me llegaban “cerritos” de libros (como él mismo los llamaba) con una mezcla de obras de autores en castellano, que él compraba, y otros, que él escribía, con sus respectivas notas y sugerencias. De mención especial es su libro “Ética médica laica”, publicado en 2002, del que tengo 2 versiones. La primera es una versión preliminar, porque a medida que Ruy fue escribiendo su libro, me enviaba los borradores de capítulos terminados, aunque esos envíos se interrumpieron por ahí de la mitad del libro. Cuál sería mi sorpresa cuando unos dos meses después, en el Congreso de la Sociedad Latinoamericana de Patología, celebrado en Nicaragua en 2001, recibí de manos de Ruy, pues él y su esposa asistieron a Managua, el borrador terminado junto con la amable petición de revisar la segunda mitad del libro mientras el congreso se llevaba a cabo, invitándome a una charla de unas 3 horas poco antes de que dejáramos Managua para que le diera mis comentarios y sugerencias. Mal sabía Ruy que leer como él lo hacía no es algo que los mortales comunes podamos hacer. Pero me dediqué con esfuerzo a la tarea, con lo que Ruy quedó muy satisfecho y agradecido.

Las obras en las que Ruy desplegó su capacidad como historiador de la medicina, filósofo y eticista, además del anteriormente mencionado, son muchas, pero vale la pena destacar: “El concepto de enfermedad”, “Tres variaciones sobre la muerte, y otros ensayos biomédicos”, “Serendipia”, “Acerca de Minerva”, “Sísifo y Penélope”, “La segunda vuelta”, “La profesión de Burke y Hare, y otras historias”, “Enfermedades viejas, enfermedades nuevas”, “Historia de diez gigantes”, y muchas otras.

Ruy, el ser humano

Al margen de lo arriba escrito, tuve el enorme privilegio de disfrutar por casi medio siglo de la amistad y afecto de Ruy, el ser humano, de manera más cercana a lo habitual en la relación convencional maestro-alumno. Para comenzar, mi primer viaje exploratorio para entrevistarme con mi otro gran maestro, el Dr. Francisco González Crussí (admirador y amigo del propio Ruy), fue posible gracias a una recomendación de Ruy a González Crussí para aceptarme, aunada a un préstamo por $500 dólares, con lo que pude pagar mi pasaje de la Ciudad de México a Chicago en 1989. En su trato cotidiano, frecuentemente fui testigo, y no pocas veces víctima, de su humorística (y a veces mordiente) ironía. Presencié su gran sentido humanístico, favoreciendo la justicia social y reprobando la falsedad, las trampas en cualquier ámbito. Viajamos juntos por el mundo, compartiendo momentos en Brasil y España, Panamá, Nicaragua, Perú y múltiples lugares en México. Escalamos pirámides precolombinas en más de una ocasión. Compartimos comidas y bebidas ad libitum, intercambiamos cientos de libros hasta hace sólo un par de meses. Conversábamos cada sábado por los últimos 3 años hasta hace solo dos semanas. Fui testigo de múltiples conferencias, incluida la de su entrada a la Academia Mexicana de la Lengua, donde estando sentado en la primera fila, pude detectar que una hoja de su discurso estaba fuera de orden, pero nadie lo notó, pues él no se interrumpió y siguió leyendo sin perturbarse hasta el final. Esa noche, durante el banquete ofrecido para celebrar el evento, él fue saludando a los comensales y mostrándonos su venera, a la que él se refería con una expresión pícara como “mi venérea”.

Cuando en 2017, en ocasión de mi discurso de aceptación como Presidente de la Society for Pediatric Pathology, finalizamos el banquete rematando con un concierto de mariachi, Ruy llegó desde la Ciudad de México, cenó con nosotros y se subió al escenario a cantar “México Lindo y Querido” (ver minuto 44:51 en adelante) conmigo y otros de sus alumnos (Cecilia Ridaura y Eduardo López Corella, maestros míos), demostrando su afecto y solidaridad.

Ruy enriqueció el mundo en el que vivió, y lo hizo con inteligencia, dignidad, sobriedad y elegancia. Nos mostró cómo una vida puede ser ejemplar, valiosa, productiva y feliz. Su ejemplo queda para las generaciones que le siguen, y estoy cierto de que, si alguien lo emula no se arrepentirá. Sé que no es fácil, pero como él mismo decía: “Lo difícil solo cuesta más trabajo”.

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