Lo perdido
¿Dónde estará mi vida, la que pudo haber sido y no fue?
¿Dónde el azar de no quedarme ciego……?
Jorge Luis Borges

Conocí a Cecilia en 1985. Imposible desligarme de ella desde entonces. Cuando Oscar Larraza, me invitó a trabajar con él en forma definitiva en el hospital de Pemex Picacho y terminé declinando, me dijo abiertamente que se había dado cuenta que a quién debía convencer era a la maestra Ridaura. Ella era una mujer excepcional en muchos aspectos: su inteligencia y elocuencia resaltaban. En algún momento nos dio una charla sobre sus contribuciones a la medicina y nos hizo ver como la más importante hasta ese momento, la relacionada con una mutación puntual nueva, en el DNA mitocondrial de un paciente con Síndrome de Kearns-Sayre.

Tenía esa veta de honestidad que te desarmaba. Sin duda sus aportaciones y enseñanza de la patología metabólica, infecciosa y neoplásica destacan en el imaginario de las diversas generaciones de alumnos y colegas. Reitero uno de sus dichos: neoplasias hasta el patólogo más mediocre. Agrego: la patología quirúrgica es la oda a lo inmediato. La patología postmortem es la que te enseña medicina. Cecilia era la ideóloga de nuestro hospital: desfilaba personal diverso por su oficina en búsqueda de colaboración y consejo. Su trabajo como la primera presidenta de la Asociación Mexicana de Patólogos, como secretaria del Consejo, como fundadora de la patología pediátrica latinoamericana, vicesecretaria de la Asociación de Investigación Pediátrica y numeraria de la Academia Nacional de Medicina, queda enmarcado en una de sus enseñanzas: Cecilia nunca improvisaba.

No todo fue vida y dulzura, afortunadamente. Dominadora del “Peek a boo” fui un buen sparring de Cecilia. La mejor lección fue cuando en una reunión con todo el personal del departamento enfatizó, ya muy limitada en su visión, que era muy bueno descubrir el sabor de la manzana cuando uno esperaba solo lechuga romana.

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