Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.
Editada y publicada por Editores Latinoamericanos de Patología A.C.
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El Maestro Costero y el Doctor Pérez Tamayo
Patología
Patología 2022; 60: 1-5.
https://doi.org/10.24245/patrl.v60id.7877Héctor Abelardo Rodríguez--Martínez
Laboratorio de Investigaciones Anatomopatológicas Roberto Ruiz Obregón, Departamento de Medicina Experimental, Facultad de Medicina (UNAM) y Hospital General de México Dr. Eduardo Liceaga, Ciudad de México.
Recibido: junio 2022
Aceptado: junio 2022
Héctor Abelardo Rodríguez Martínez
harodriguezm@yahoo.com.mx
Rodríguez--Martínez HA. El Maestro Costero y el Doctor Pérez Tamayo. Patología Rev Latinoam 2022; 60: 1-5.
En el tercer año de la Carrera de Médico Cirujano, en la Facultad de Medicina de la UNAM (generación 1954-1959), cursé la materia de Anatomía Patológica con la Dra. Rosario Barroso Moguel. Otros compañeros de generación la cursaron con un nuevo profesor de Patología llamado Ruy Pérez Tamayo, quien según ellos era un profesor brillante y muy talentoso. Durante ese mismo año asistí como oyente a tomar algunas clases con el Dr. Isaac Costero Tudanca, quien ya tenía una merecida fama de ser un gran profesor de Patología. Sus clases, que eran totalmente orales y de pizarrón, me parecieron maravillosas y didácticas, pues jugaba con sus conocimientos de patología y desparramaba gracia y simpatía. No es mi intención hacer comparaciones, sino solamente mencionar cómo fue que me enteré de la existencia de estas dos grandes personalidades de la Patología Mexicana.
Después de asistir como becario a la Universidad de Michigan en 1959, donde me informaron que los residentes de Cirugía, especialidad que yo había considerado seriamente abrazar, tenían que rotar un año completo por un Departamento de Patología, decidí ingresar como prosector y ayudante de profesor a la Unidad de Patología del Hospital Juárez de la Facultad de Medicina de la UNAM y de la Secretaría de Salud. Durante los dos años que permanecí en esa institución (1959-1960), en las múltiples actividades académicas que tuvieron lugar, tuve la oportunidad de conocer bien al Dr. Pérez Tamayo y un poco más al Maestro Costero. Muy pronto me informaron que había un distanciamiento entre estos dos grandes patólogos y que los patólogos mexicanos estaban divididos también, entre los que simpatizaban con el Maestro Costero y los que simpatizaban con el Dr. Pérez Tamayo. La verdad es que nunca supe exactamente el motivo del distanciamiento, pues el Dr. Pérez Tamayo había sido alumno de postgrado del Maestro Costero. Algunos prosectores de patología lo atribuían a que el Dr. Pérez Tamayo había sido nombrado “injustamente” Jefe del Departamento de Patología de la Facultad de Medicina (UNAM), ya que dicha jefatura la había ocupado hasta entonces el Maestro Costero. Por mi cercanía con el Dr. Alfonso Reyes Mota, padre de mi esposa, quien también había sido alumno del Maestro Costero y compañero de especialización del Dr. Pérez Tamayo, así como mi jefe durante mi estancia en el Hospital Juárez, SSA, ingenuamente simpaticé con el bando del Maestro Costero.
Mi simpatía con el Maestro Costero se incrementó un poco más, porque durante los años en que hice mi internado rotatorio y residencia de Patología general en el Penrose Hospital, en Colorado Springs, Colorado (1961-1965), mi familia y yo vivimos en departamentos contiguos, dentro del mismo hospital, con la familia de la hija mayor del Maestro Costero, Margarita Costero Gracia. Su esposo se estaba especializando en radioterapia con el Dr. Juan del Regato. En ocasión de que el Maestro Costero visitara a su hija, para bautizar a un nieto, se presentó la oportunidad de que se diera un enfrentamiento verbal entre dos de los más grandes conversadores que he conocido: el propio Maestro Costero y el Dr. Juan del Regato, Director del Penrose Cancer Hospital. Uno era español-mexicano, el otro cubano-americano. Todos los residentes de radioterapia que conocían muy bien al Dr. del Regato apostaban a que él iba a prevalecer en la conversación, pero ¡oh sorpresa!: no hubo quien interrumpiera al Maestro Costero una vez que comenzó a hablar. El Dr. del Regato permaneció callado, quizá por prudencia o por simple educación. Para quienes conocíamos bien la fama del Maestro Costero, no fue ninguna sorpresa el resultado; en cambio, los residentes de radioterapia no podían creer lo que habían presenciado.
En el quinto año de la licenciatura de Médico Cirujano tuve como profesor al Dr. Ruherí Pérez Tamayo, hermano menor del Dr. Ruy Pérez Tamayo. Amablemente me permitió asistir como “oyente” a sus actividades profesionales de oncología y radioterapia, en el antiguo Hospital Francés y en el Instituto Nacional de Cancerología de la SS. Ambas instituciones estaban ubicadas, en aquellos años, en la calle Niños Héroes de la colonia Doctores del Distrito Federal. Años después Ruherí también se mudó a Colorado Springs (circa 1964) para trabajar con el Dr. del Regato, y allí tuve el honor y el gusto de desarrollar una bonita amistad con él y con su esposa, la Dra. Mercedes Soberón. No sólo eso sino que también tuve la increíble oportunidad de conocer y tratar a la señora madre de los Dres. Ruy y Ruherí Pérez Tamayo, la Sra. Ana María Tamayo Guerra. Al hermano mayor, el Dr. Rafael Pérez Tamayo, lo conocí bien porque fue el cardiólogo de mi madre. Estos acontecimientos los menciono, porque para entonces yo ya no sabía con qué bando simpatizaba. En realidad, yo no tenía ningún derecho a juzgar hechos del pasado y a escoger una “supuesta afiliación”. Mis simpatías se encontraban completa y justamente divididas, porque tanto el Maestro Costero como el Dr. Pérez Tamayo merecían de mi parte una gran admiración y respeto.
Cuando regresé a México, en septiembre de 1967, no tenía ningún ofrecimiento de trabajo institucional, que era el único que me interesaba. Pero ignoraba que el Dr. Pérez Tamayo acababa de emigrar de la Unidad de Patología del Hospital General de México, SSA y de la Facultad de Medicina, UNAM, que él había fundado y afamado internacionalmente, al Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM. Junto con el Dr. Pérez Tamayo habían emigrado también varios de sus mejores colaboradores, como la Dra. Irmgard Montfort Happel (su esposa) y el Dr. Héctor Márquez Monter (su fiel amigo). Esta situación me abrió las puertas para ingresar a la Unidad de Patología como Jefe de Patología Quirúrgica; la Unidad estaba ubicada todavía en el edificio original que construyó el Dr. Pérez Tamayo en 1953.
En varias visitas informales que hizo el Dr. Pérez Tamayo a la “vieja Unidad”, tuve la impresión de que las relaciones con la nueva jefatura no eran las mejores y a mí me tocó sufrir un poco esta situación. En una ocasión el Dr. Pérez Tamayo me espetó: sabes Rodríguez, a mí nunca se me olvida tu nombre, ¿sabes por qué? No, no lo sé, le respondí un poco sorprendido, entonces él me dijo “pues porque tienes nombre de mercado”. El Dr. Pérez Tamayo se refería al “Mercado Abelardo Rodríguez”, que se encuentra ubicado en la Ciudad de México. Esa fue la única vez que yo sentí en carne propia su sarcasmo, porque de allí en adelante nuestras relaciones de amistad fueron in crescendo. El Dr. Pérez Tamayo me distinguió posteriormente con una sincera y respetuosa amistad, tanto que una vez me propuso ¿por qué no nos hablamos de tu? A lo cual yo le respondí: para mí es un honor que usted me tuteé, pero yo no puedo hacerlo. Nunca lo hice y siempre me sentía incómodo cuando otros colegas contemporáneos lo hacían. El Dr. Pérez Tamayo también podía ser respetuoso. Cuando se dirigía al Dr. Alfonso Reyes Mota, quien era 12 años mayor que él y no obstante que habían sido compañeros de “residencia” con el Maestro Costero, le llamaba Don Alfonso. Mi suegro le llamaba por su primer nombre, pero le hablaba de usted.
Para 1969, la división de los patólogos mexicanos en dos grupos seguía vigente. Esta situación se hizo aparente otra vez, cuando se llevó a cabo en México la organización del Octavo Congreso Internacional de la International Academy of Pathology de 1970, pues había que elegir a un Presidente del Congreso. Como es natural: los candidatos idóneos fueron el Maestro Costero y el Dr. Pérez Tamayo. En una ríspida sesión para elegir al presidente del congreso se puso en evidencia que la división todavía estaba presente y caliente. Sin embargo, se llegó al civilizado acuerdo de que el presidente sería el Maestro Costero. Y así fue, el congreso resultó todo un éxito gracias a la entusiasta participación de “ambos bandos”.
Unos años más tarde se presentó la jubilación del Maestro Costero (circa 1974), después de haber sido Fundador y Jefe del Departamento de Patología del Instituto Nacional de Cardiología por más de 30 años. Al parecer la salida no ocurrió en buenos términos entre el Maestro Costero y el Dr. Ignacio Chávez Sánchez, director del instituto, porque según se dijo, el Maestro Costero consideró que había sido injusta y prematura su remoción del cargo. Además, se rumoró que la destitución había dejado un distanciamiento entre dos colegas que habían sido muy buenos amigos. Poco tiempo después el Maestro Costero fundó un laboratorio de investigación en neuropatología junto con su colaboradora, la Dra. Rosario Barroso Moguel, en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía, con una plaza de medio tiempo. Al mismo tiempo, el Maestro Costero se dedicó en su casa a escribir su autobiografía, “Crónica de una vocación científica”, así como a terminar un Libro-Atlas sobre “El cuerpo carotídeo normal y sus tumores”. Además, entre 1976 y 1979 concedió una serie de entrevistas para recapitular su autobiografía, las cuales se convirtieron en el libro “Isaac Costero: Vivir para la ciencia”, el cual se publicó hasta el 2014. Es necesario mencionar que durante los últimos años de su vida, el Maestro Costero estuvo sufriendo de un molesto carcinoma de la vejiga urinaria, probablemente causado por un largo contacto con los colorantes químicos, aunque existen opiniones de que el cáncer fue de la próstata. De acuerdo con uno de los cirujanos que lo atendió, el Dr. Héctor Rodríguez Cuevas, el Maestro Costero no aceptó como tratamiento una cistectomía (no recuerdo, si parcial o total), de tal manera que sólo recibió un tratamiento con radio y quimioterapia. El cual a la postre demostró no ser suficiente para controlar la enfermedad.
No tengo manera de confirmar todo lo que he relatado hasta aquí, pero he tratado de recordar y documentar lo sucedido con toda la precisión que me fue posible. Lo que sí recuerdo claramente, es que por esos años me llamó mucho la atención que no se le había organizado un justo homenaje al Maestro Costero: por su ejemplar vida, por sus contribuciones a la Patología Mexicana, por su formación de patólogos e investigadores, por formalizar la enseñanza de la patología de pre y postgrado, por sus numerosas contribuciones a la investigación científica, en fin, por poner a la Patología Latinoamericana en el mapa mundial. Sin embargo, ninguno de sus alumnos directos …ni tampoco ninguna sociedad médica tomaban alguna iniciativa para llevarlo a cabo. Suponía yo que el Maestro Costero estaba en su casa, muriendo poco a poco de cáncer, y que aparentemente a nadie le preocupaba organizarle un merecido homenaje.
La División Mexicana de la International Academy of Pathology (IAP) se había mantenido vigente en nuestro país, gracias a la amistad del Dr. José Vargas de la Cruz con el Dr. Fathollah Keshvar Mostofi, Secretario permanente de la IAP. Cuando el Dr. Vargas de la Cruz decidió ceder la Presidencia al Dr. Jorge Albores Saavedra, se me presentó la oportunidad de llegar a la Presidencia (1976-1977) y para acompañarme en el cargo invité a la Dra. Patricia Alonso de Ruiz como Secretaria. Al elaborar el programa de las actividades científicas que se iban a desarrollar durante nuestro encargo, pensamos que era la oportunidad de organizarle un homenaje de la División Mexicana de la IAP al Maestro Costero. Sin tener mayores pretensiones, sin intentar algo muy grande. Sin embargo, nuestros planes se filtraron y entonces recibimos una serie de propuestas para que el homenaje se organizara en grande. Se agregaron a la organización: la Asociación Mexicana de Patólogos, el Consejo Mexicano de Médicos Anatomopatólogos, la Sociedad Latinoamericana de Anatomía Patológica y el Departamento de Patología del Instituto Nacional de Cardiología. En todas estas corporaciones había estado presente la mano del Maestro Costero.
Para llevar a cabo la organización oficial había que superar ciertos pasos. El primero fue visitar al Maestro Costero en su casa, para saber si aceptaba que se le rindiese un homenaje. Después de recuperarse de la sorpresa de la visita y de la propuesta, porque seguramente no se las esperaba, aceptó gustosamente que se organizara el homenaje. Quedaban para aclararse posteriormente todos los detalles. En otra cita, el Dr. Luis Salinas Madrigal propuso que el homenaje se llevara a cabo en el Auditorio del Instituto Nacional de Cardiología, lo cual sorprendió aún más al Maestro Costero, porque pausadamente preguntó “¿y Don Ignacio está de acuerdo?” Por los antecedentes mencionados antes, fácilmente se comprenderá el motivo de su sorpresa. El Dr. Salinas respondió afirmativamente y el Maestro Costero pareció quedar conforme con que el evento se llevara a cabo en ese sitio. En otra ocasión, se le consultó al Maestro Costero sobre los oradores que participarían en el homenaje, solicitándole que, por supuesto, fuera él mismo el orador principal. Después de pensarlo mucho sugirió que el Dr. Ángel Abud Ochoa fuera uno de los participantes, pero el Dr. Abud aceptó asistir al homenaje aunque declinó la invitación a ser uno de los oradores. Entonces, “cautelosamente” se le propuso la participación del Dr. Pérez Tamayo, lo cual sorprendió todavía más al Maestro Costero. Permaneció un largo rato callado y pensativo y luego preguntó muy suavemente “¿y … Ruy está de acuerdo?” Nuevamente se le informó que el Dr. Pérez Tamayo ya había manifestado que gustosamente deseaba participar como orador en el homenaje. El Maestro Costero agregó algo así como: “bueno, pues que participe Ruy”.
El homenaje se llevó a cabo el 14 de octubre de 1977 en el Auditorio del nuevo Instituto Nacional de Cardiología, ya para entonces ubicado en Tlalpan. Minutos antes del homenaje se develó una placa con el nombre del Maestro Costero en el Departamento de Patología de esa institución, del cual había sido fundador y Jefe durante más de 30 años. En la mesa del presídium estuvimos, además del Maestro Costero, los organizadores del evento y el Dr. Pérez Tamayo. Debo aclarar que: no fui testigo del momento cuando se encontraron el Maestro Costero y el Dr. Pérez Tamayo, pero seguramente fue un acontecimiento cargado de muchas emociones. Ambos personajes llevaban por escrito sus memorables discursos, cuando nerviosamente les dieron lectura: sus manos estaban temblorosas y mostraban una notable palidez en sus rostros. Las palabras del Maestro Costero fueron largas y muy elocuentes, como siempre, y ofreció sentidos agradecimientos para numerosas personas e instituciones, sin mencionar al Dr. Pérez Tamayo o a Don Ignacio Chávez, quien por cierto no asistió al homenaje.
Las palabras del Dr. Pérez Tamayo nos cimbraron a todos los asistentes de pies a cabeza, sobre todo cuando dijo que “la oveja negra sólo se da cuenta de su color sólo hasta que es rechazada por las otras ovejas”. Ninguno de los presentes sospechaba que el Dr. Pérez Tamayo fuera a confesarle al Maestro Costero, en público, que había estado equivocado en otros tiempos. Al terminar de hablar el Dr. Pérez Tamayo, Maestro y alumno se fundieron en un afectuoso y prolongado abrazo. ¿Qué palabras intercambiaron? Solamente ellos lo supieron. Para culminar el evento se ofreció un vino de honor, en el que convivieron todos los patólogos asistentes como un solo y amigable grupo.
Para terminar sólo relataré aquí que, de ese día en adelante, el Dr. Pérez Tamayo se convirtió en el más grande protector y mejor amigo del Maestro Costero. Consiguió que la UNAM le otorgara un doctorado honoris causa, muy merecido por supuesto, que se publicara su Libro-Atlas sobre el cuerpo carotideo normal y sus tumores, y que se le bridaran algunos de los honores y reconocimientos que se le habían negado durante sus últimos años. Finalmente, el Maestro Costero falleció en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía, el día 7 de marzo de 1979, muy probablemente con metástasis cerebrales. Para su atención médica terminal, el mismo Dr. Pérez Tamayo había conseguido que se le internara en ese Instituto y visitó diariamente al Maestro Costero hasta su muerte. Para perpetuar la memoria del Maestro Costero, el Dr. Pérez Tamayo le dio el nombre del Maestro Costero al Auditorio del Departamento de Investigación en Medicina Experimental de la Facultad de Medicina, UNAM y de la Secretaría de Salud, que el propio Dr. Pérez Tamayo había fundado en el Hospital General de México en 1996. Justo ahora estamos esperando que las autoridades de las dos instituciones impongan el nombre del Dr. Ruy Pérez Tamayo al edificio de este Departamento, aunque ahora por razones administrativas se le ha modificado la categoría a Unidad.
Más de 40 años después de la muerte del Maestro Costero, lamentablemente, también nos ha dejado el Dr. Pérez Tamayo, el día 26 de enero de 2022. Maestro y alumno se fueron a descansar en paz, después de haberse reconciliado fraternalmente. Con sus ejemplares vidas y su enorme legado científico, nos han dejado a los Patólogos Latinoamericanos el compromiso de intentar seguir sus pasos, aunque francamente nunca seremos capaces de igualar sus alturas. Ambos dejaron la vara muy alta: por ende, sólo habrá un Maestro Costero y un Doctor Pérez Tamayo.