Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.
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Mi maestro Ruy Pérez Tamayo

Periodicidad: continua
Editor: Mario Magaña
Abreviatura: Patologia Rev Latinoam
ISSN: 2395-9581
Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.

          

 

Mi maestro Ruy Pérez Tamayo

Patología

Patología 2022; 60: 1-4.

https://doi.org/10.24245/patrl.v60id.7574

Pedro Francisco Valencia-Mayoral

Editor de Patología Revista Latinoamericana; Hospital Infantil de México Federico Gómez, Ciudad de México.


Recibido: marzo 2022
Aceptado: marzo 2022

Este artículo debe citarse como:

Valencia-Mayoal PF. Mi maestro Ruy Pérez Tamayo. Patología Rev Latinoam 2022; 60: 1-4.

Aunque me había enterado por otros medios del fallecimiento del Dr. Ruy Pérez Tamayo, nunca imaginé que un patólogo llegase a ser tema de primera plana de un importante periódico de circulación nacional. La noticia me consternó y desde entonces han venido a mi mente diversos recuerdos sobre los diferentes momentos, circunstancias o eventos que me tocó compartir con el entrañable maestro; algunos de estos recuerdos los expongo a continuación ya que, creo, dibujan algunos de los aspectos que caracterizaron su actuar. Estas experiencias deseo transmitirlas a manera del anecdotario que a continuación me permito exponer:

1.- El maestro en pregrado: Tuve la fortuna de cursar la Licenciatura de Medicina en mi querida Facultad de Medicina de la no menos querida Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y de llevar la asignatura de Patología, en la entonces Unidad de Patología del Hospital General de México. El profesor titular de la materia, naturalmente, era el mismísimo Dr. Ruy Pérez Tamayo, cuya aureola, ya en aquel tiempo espectacular, a un pequeño grupo de compañeros nos había hecho buscar, la inscripción específicamente en su curso. El primer día de clases se presentó, con la puntualidad que siempre le distinguió, el Dr. Ruy Pérez Tamayo, como desde entonces nos referíamos a él. ¡Se escucho un tenue oh! y algunos suspiros de algunas compañeras (pues resultó que el maestro, además, porque no decirlo, era guapo), nos dijo:” buenos días soy el Dr. Ruy Pérez Tamayo, dicen que soy uno de los mejores patólogos del mundo, pero no es cierto… soy el mejor”. Aquello “rompió el hielo” aunque a algunos les cayó muy mal a otros nos cautivó.

Por aquellos tiempos dejó al Hospital General y se incorporó al Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM a donde lo íbamos a ver; en aquellas visitas, por la tarde-noche, complementamos el curso de Patología y se organizaban espontáneamente una especie de seminarios que el maestro dirigía. Además, nos compartía lo que hacía en su laboratorio, sus investigaciones sobre la colagenasa y nos invitaba a participar en algunas tareas menores; una de nuestras compañeras terminó siendo colaboradora en su laboratorio de investigación por muchísimos años.

Aquel pequeño conjunto inicial de compañeros se constituyó en un núcleo al cual se fueron agregando otros alumnos con quienes compartíamos algunas miras y constituimos un grupo; este estaba caracterizado por incluir a alumnos destacados y a él se integraron un par de dominicanos, venezolanos, tres gringos, dos psicólogos (que después se convirtieron en destacados psicoanalistas), tres o cuatro haitianos, un holandés (que sería mi amigo/hermano de por vida), algunos de la hoy Ciudad de México y varios provincianos como yo.

Con una tolerancia inexplicable, ahora que lo veo en retrospectiva, el maestro recibía a aquella bola de chamacos y nos guiaba de tal manera que puedo decir que nos “apadrinó” durante casi toda la carrera. Cada que teníamos que tomar una nueva asignatura acudíamos con el maestro para que nos recomendara a los mejores profesores; así lo hacía y entonces íbamos a la Facultad para inscribirnos “en bloque”; como no siempre estaban abiertos o disponibles los cursos nos sentábamos en el pasillo y no nos movíamos hasta que la secretaría de la Facultad (no imagino con cuanto trabajo y, sin duda, con la influencia del maestro), nos abrían el curso que pedíamos; gracias a ello nuestros maestros fueron excelentes y distinguidos médicos varios con “nombres de libro”, alguno de ellos formó parte del equipo de un premio Nobel de Medicina, otros llegaron a ocupar altos puestos en la UNAM (incluso uno de ellos fue Rector), en los mejores hospitales y en la administración pública; aún no puedo expresar con la suficiente magnitud mi agradecimiento por este enorme privilegio.

2.- El maestro en el posgrado: Tiempo después, ingresé a la Residencia de Anatomía Patológica en el Centro Médico Nacional del Instituto Mexicanos del Seguro Social, avalado por la UNAM en donde también tuve el privilegio de contar con maestros de primerísima calidad, algunos por supuesto, habían sido discípulos de Ruy Pérez Tamayo. La primera vez que presenté un trabajo (como residente) en la entonces Reunión Anual en Provincia de la Asociación Mexicana de Patólogos (que Ruy Pérez Tamayo había contribuido a fundar) y antecedente inmediato de nuestro congreso anual del hoy Colegio y AMP sufrí de un gran nerviosismo mismo que todavía me asalta cuando presento alguna sesión, trabajo o curso; una querida compañera de la Residencia hasta me aconsejó que me tomara medio Valium ya que mi mayor temor era que el terrible Ruy Pérez Tamayo estuviera presente y me preguntara; y sí, adivinen que pasó… se cumplieron mis temores; pero ahora veo que también fue una gran distinción que el maestro se dignara cuestionarme y que era también una forma de instruirme.

Al terminar la Residencia presenté el examen del Consejo Mexicano de Médicos Anatomo-Patólogos en cuya fundación fue parte esencial el maestro. En aquel tiempo se acostumbraba que la última sección del examen fuese la presentación de una sesión clínico-patológica. Por cierto, también era parte del curso de pregrado presentar un caso clínico patológico; mi presentación en el curso de pregrado fue duramente criticada por el maestro; pero algo aprendí. Cuando pasé al aula para presentar mi sesión ante el pleno del COMMAP nuevamente mis mas profundos temores se vieron cumplidos pues uno de los sinodales era, sí, Ruy Pérez Tamayo y nuevamente tuve la fortuna de que me hiciera un par de preguntas; el maestro seguía enseñándome.

3.- Inicio de la carrera profesional: Al terminar la residencia me incorporé al Hospital Infantil de México Federico Gómez en donde, a sugerencia del Dr. Jesús Kumate, me becaron para ir a estudiar a The Hospital for Sick Children en Toronto, Canadá, bajo la tutela del Dr. James M. Phillips quien en la primera entrevista me preguntó si conocía al Dr. Ruy Pérez Tamayo, sí conteste orgullosamente; ah, me dijo, yo tenía muchos años de patólogo y hasta que leí el libro Mechanisms of Disease del Dr. Ruy Pérez Tamayo, entendí lo que era la Patología ¡qué mejor homenaje!.

Lo seguí buscando en parte por consejo del Dr. Kumate quien también me recomendó que ingresara a la Academia Nacional de Medicina (ANM); así lo hice y el Dr. Ruy Pérez Tamayo y al comentárselo me dijo algo que interpreté como que la gustaría ingresar a la ANM por lo que años mas tarde me atreví a preguntarle si consideraba pertinente que propusiera su ingreso ya que muchos años había sido vetado; me dijo que sí, que lo propusiera y me entregó una copia de su impresionante curriculum vitae. Lo consulté con el Dr. Kumate quien me dijo “si Ruy quiere, yo sería el primero en firmar” (la propuesta); así que hice las gestiones ante la incredulidad de algunos colegas y el maestro fue aceptado pues si algo tenía eran méritos de sobra. El Dr. Kumate y el Dr. Ruy Pérez Tamayo eran muy cercanos, juntos formaron asociaciones de algunas especialidades, cursos de posgrado y también se parecían en su forma de ser, mordaces, duros y sarcásticos; un día el Dr. Kumate me pidió que lo acompañara al Colegio Nacional, nos fuimos en metro, ambos también eran modestos, pues fue quien dio la bienvenida y contestó el trabajo de ingreso del Dr. Ruy Pérez Tamayo al Colegio Nacional.

4.- Otras vivencias: Mis contactos con el DR. Ruy Pérez Tamayo eran esporádicos, pero siempre enriquecedores, colaboré con él en una publicación lo que recuerdo con gran orgullo, un par de veces me invitó a su casa; durante un congreso en Mérida mientras comíamos, nos dijo que con aquel calor que hacía y el chile habanero que nos hacía llorar, se explicaba por qué los Mayas habían desaparecido; sí, también tenía un peculiar sentido del humor.

Muchas veces lo invitamos a dar pláticas a mi Hospital y jamás reusó, siempre fueron informativas, amenas y se llenaba el auditorio a reventar, nunca quiso que lo lleváramos de regreso en automóvil, que le pusiéramos un chofer o le pidiéramos un taxi; lo acompañaba caminando al Hospital General donde desde hacía tiempo había abierto la Unidad de Investigación de la UNAM; en uno de estas caminatas, le pregunté porque ya no lo veía en los conciertos de la Filarmónica de la UNAM de la Sala Netzahualcóyotl en donde ocupaba siempre el mismo lugar; me dijo que ya no podía ir desde que la Dra. Montfort, su esposa había fallecido y que acudir sin ella le causaba gran dolor; sí, el maestro era humano.

5.- Finalmente: Lo vi la última vez y que platiqué con él fue después de que dictara una conferencia en mi Hospital, antes de irse Ensenada, en aquella ocasión me dijo, tú eres de Ensenada, ¡qué haces aquí?, en referencia a las virtudes del pueblo donde viví hasta terminar la preparatoria. Todos los lugares tienen su encanto (menos Bélgica, dicen que dicen los franceses), Ensenada reúne varios; uno de sus atractivos es que, si bien es una ciudad de mediano tamaño, se presume que es el lugar de México donde hay mas investigadores por metro cuadrado; su hija, que es investigadora vive allá. Mis amigos de Ensenada fueron los primeros en avisarme, algunos con auténtico pesar, la noticia de su muerte…Mi amigo/hermano desde Surinam me escribió lo siguiente (sic): “Fuimos muy privilegiados por tener la suerte de haberle tenido como nuestro profesor pero qué bueno que… y ustedes lo han seguido. Así él ha sobrevivido”.


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