Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.
Editada y publicada por Editores Latinoamericanos de Patología A.C.
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Recordando a alguien que fue sustancial en mi desarrollo como profesionista y, también, como ser humano
Patología
Recibido: diciembre 2022
Aceptado: enero 2023
Patricia Alonso
ruizalonso01@aol.com
Alonso P. Recordando a alguien que fue sustancial en mi desarrollo como profesionista y, también, como ser humano. Patología Rev Latinoam 2022; 60: 1-9.
Me acerco a la Unidad de Patología, en el Hospital General. Mi objetivo es solicitar una estancia de seis meses en ese servicio. Es uno de los requisitos indispensables para iniciar la residencia en Gastroenterología. Era el mes de febrero de 1959.
En aquel momento era un poco difícil hablar con el jefe de la Unidad, ya que, además del sinnúmero de actividades y compromisos que tenía, estaba inmerso en escribir un libro de Patología, lo que todo mundo sabía en el hospital. Finalmente, logré la entrevista con él, con el reconocido maestro: el Doctor Ruy Pérez Tamayo (Figura 1).
Al ser aceptada, empiezo a involucrarme en las labores cotidianas de los diversos Servicio de la Unidad de Patología.
Mi asombro es inmediato por la cantidad de actividades que se desarrollan en ese lugar, lo que me va llenando de entusiasmo y de energía, así como de conocimientos.
El dinamismo de la Unidad de Patología era impresionante, ya que interaccionaba con todas las áreas del hospital, a través de la presentación de sesiones, conferencias, correlaciones anatomoclínicas y discusiones de casos quirúrgicos y, por supuesto, con las actividades de la extraordinaria enseñanza de los contenidos de la especialidad de Patología: -“que enorme diferencia con la anatomía patológica que llevé en el curso de mi carrera de medicina, en el tercer año”-, con el empuje entusiasmo y sabiduría del jefe Ruy. Todo eso fue lo que me indujo a cambiar mi idea de ser gastroenteróloga y dedicarme a la Patología.
Las labores, tanto en el área de patología quirúrgica como en la de autopsias, eran demandantes. Los instructores en esa época eran: Fernando Flores Barroeta, Herman Brandt, Víctor Núñez y Pedro Gracia. Este último fungía, además, como Jefe de Residentes. Todos, sin excepción, eran increíblemente cuidadosos para que las presentaciones de las autopsias, que se llevaban a cabo todas las mañanas, fueran impecables. Poco tiempo después se unió a la Unidad un inolvidable personaje: el Dr. Héctor Márquez Monter, quien venia de Guadalajara, y junto con el llegó uno de sus alumnos, nuestro muy querido e inolvidable Mario Armando Luna.
La Unidad de Patología, en esa época, era muy grande. Además del área de Patología, existían dos laboratorios adjuntos: el de Parasitología, dirigido por el Dr. Francisco Biagi, y el de Microbiología, cuyo jefe era el Dr. Luis Felipe Bojalil. Con él colaboraba el inolvidable Amado González Mendoza, quien en esa época, además de ser microbiólogo, estudiaba Medicina. Ambos laboratorios, además, del personal médico de cada área, tenía numeroso personal técnico.
Entre los residentes, aprendiendo la especialidad de Patología, había tres compañeros de mi generación: Chucho Aguirre, Amador González Angulo y Enrique Fuentes.
Procedentes de provincia estaban, en esa época, Chuy Guerra Medina, de Monterrey; Álvaro Bolio, de Mérida, así como numerosos becarios extranjeros, entre los que recuerdo a: Saed Meckbel y Jorge Piza, ambos costarricenses, así como a Oscar Raudales, de San Pedro Sula, Honduras, Nico Astacio, de El Salvador y algunos más.
Por otro lado, había visitas de algunos patólogos locales o de provincia, y era frecuente que llegaran, como visitantes, numerosos patólogos extranjeros, fundamentalmente, de Latinoamérica. Entre los más recordados están: Javier Arias Stella, de Perú; el Dr. Carbonell, de Venezuela y de Colombia: Pelayo Correa y Carlos Restrepo; este último afincado ya en los Estados Unidos, así como Egon Lichtenberger y el Dr. Santamaría, con lo que aumentaban las posibilidades de conocer las actividades y los trabajos de estos expertos. En ocasiones llegaban residentes de Patología de esos países, como aconteció con Nubia Muñoz, alumna del Dr. Pelayo Correa, quien después de terminar la especialidad de Patología en Colombia, pasó una corta temporada en la Unidad, ya de camino a Bethesda, sitio donde cursó la maestría y el doctorado en Epidemiologia, con énfasis especial en el estudio de la carcinogénesis viral. Esta muy afortunada circunstancia generó, que en el futuro, yo colaborara estrechamente con ella, en importantes trabajos de investigación, sobre todo sobre el papel del virus del papiloma humano en la carcinogénesis del cérvix.
En el Departamento de Patología había, también, un numeroso grupo de alumnos de Medicina, quienes estaban interesados en todas las actividades de la Unidad. Entre ellos estaban: Pedro Arroyo, Jaime Rentería, Macario Arao y Eduardo López Corella, así como Luis Salinas y, poco después Roberto Kretschmer. Varios de ellos, posteriormente, se dedicaron a la especialidad de Patología.
Por otro lado, dentro de los estudiantes de Medicina que realizaban sus tesis en la Unidad, en el área de investigación y monitoreados por el Dr. Pérez Tamayo había un grupo al que llamábamos “los leucocitos”, quienes, como parte de sus actividades, participaban en las labores de Patología. Ellos eran: Agustín González Licea, Marcos Rodjkin, Héctor Medellín, Arnold Zuker y Eduardo Ontiveros. Más tarde se involucraron a la Unidad: Manuel Altamirano, Arturo Rosas y Carlos Larralde y, al poco tiempo, llegó Ceci Ridaura que venía de Tampico.
Tanto en la realización de autopsias, como en el trabajo de Patología Quirúrgica, se contaba con supervisores rigurosos y, frecuentemente, era muy importante recurrir a los expertos que había en las diversas áreas en otros hospitales, y de quienes se recibía un continuo y extraordinario aprendizaje.
La rotación por “quirúrgicos” era una labor exhaustiva y demandante, para llegar al diagnóstico final en tiempo y forma. Había expertos de cada área, así como numerosos textos y, sobre todo artículos en revistas, que eran de extraordinaria ayuda para obtener el diagnostico final, el que sería corroborado por el revisor en turno.
Sin embargo, la rotación por quirúrgicos, que generalmente era semanal, tenía un día fatídico: el miércoles. Ese día, del área de Ginecología, llegaba un numeroso volumen de frascos conteniendo laminillas fijadas en alcohol… (las llamábamos: las aguas…). Además del trabajo de registrarlas y enviarlas a su proceso de tinción, el problema aparecía cuando debían ser interpretadas y, finalmente, llegar a un diagnóstico. Sucedía, que a diferencia de los otros especímenes, en que existían expertos en cada área, lo mismo que numerosa información escrita, en las revistas especializadas y en los libros (lo que era utilísimo), para estudiar este material del área de la Citología, solamente había un texto: el “Atlas of exfoliative cytology” del Dr. George N. Papanicolaou, libro que, más bien, era de arte por los bellísimos dibujos de las células pero el que carecía de la información necesaria para establecer un diagnóstico.
Ante esta situación, y como residente de Patología, me atreví a hacer un comentario respecto a la ausencia de información y apoyo por la carencia de expertos en esa área de la Citología. Este comentario llegó al Dr. Pérez Tamayo quien, poco después me dijo: “Pati, prepárese… mañana nos vamos a la cuna de la Citología.”
Este lugar era el Instituto Nacional de Cancerología, cuya ubicación entonces era en una colonia por el norte de la ciudad, cerca de la estación de trenes de Buenavista, en la calle de Chopo.
El Instituto se alojaba en una gran residencia de épocas pasadas y en una de las múltiples áreas estaba: “el laboratorio de citología exfoliativa” y en su jefatura la Dra. Julieta Calderón de Laguna.
Este episodio marcó mi futuro, al involucrarme, en ese sitio, con el aprendizaje de la “Citología”, sobre todo gracias a la extraordinaria ayuda y amistad de personajes como las Dras. Blanca Isabel Conde e Irma Deleón, que eran parte del personal de ese laboratorio. Sin darme cuenta cabal de esta circunstancia, vislumbrada y respaldada por el Dr. Pérez Tamayo, resultó que una de mis más importantes actividades en el futuro sería la “Citopatología”, no la “citología exfoliativa”. La Citopatología quedaría incluida ya, como parte inherente e indisoluble de la Anatomía Patológica, pues como tal se desarrollaba, formalmente, en los Estados Unidos y en otros países del mundo. Indudablemente, fui muy afortunada al estar en la Unidad de Patología y contar con la visión de Ruy. Como Chucho Aguirre lo ha comentado: encontrar un buen maestro y encontrar un buen problema”.
Al poco tiempo, y nuevamente apoyada por la visión de Ruy, apareció una extraordinaria oportunidad para mí: cursar un 4º año de Patología en un hospital de Boston, Massachussets, el Hospital Beth Israel el que estaba afiliado con la Universidad de Harvard. Esa fue una época inolvidable pues, además del ambiente universitario y de la enseñanza, llegaron Ruy y su familia. Él a pasar su año sabático como Profesor de Patología a la Escuela de Medicina de Harvard. Fue la época en que se acababa de publicar uno de sus múltiples y extraordinarios libros: Mechanisms of Disease.
Nuevamente, la figura y la presencia de Ruy y su familia volvieron a enriquecerme ya que, además de su presencia como personaje en el área médica, numerosos fines de semana pude pasarlos en su compañía disfrutando juntos del tiempo de verano en Boston.
Posteriormente, después de haber pasado ese año sabático en Harvard, Ruy regresó a México pero dejó la jefatura de la Unidad y el Hospital General. Su partida fue sentida por todos. Ahora el reto era trabajar y desarrollar nuevas ideas y áreas, sobre los cimientos previamente establecidos. Su ausencia fue notablemente sentida. Sin embargo, su bonhomía y su enorme calidad humana lo mantuvieron aconsejando y asesorando en numerosas y diferentes circunstancias, ya que durante algunas vicisitudes, siempre tuvimos su consejo y su apoyo, los que duraron toda su vida y de los que, afortunadamente, me tocó ser una de las múltiples personas que siempre contó con su enorme apoyo en cualquier circunstancia de la vida.
Para mí, Ruy fue un apoyo permanente. En inusuales circunstancias, un mal gobierno de un país sudamericano, agobiado por las protestas y el disgusto ciudadano e internacional, aprovechó la circunstancia fortuita y temporal de que yo al ser la Presidente de la Asociación Latinoamericana de Citología y con esa calidad asistí a un Congreso Latinoamericano. Tal gobierno apoyó, como nunca antes, la organización y el programa del congreso. A mi llegada a la ciudad sede fui objeto de entrevistas, tanto televisivas como periodísticas… el congreso fue exitosísimo… medios de comunicación populares, como nunca antes (ni después) difundiendo el desarrollo y las novedades de la reunión. A mi salida de la ciudad sede, en el aeropuerto, habiendo ya registrado en mi pasaporte la salida de la ciudad y el país, fui secuestrada por la policía aeroportuaria y mantenida incomunicada en una celda carcelaria, en el mismo aeropuerto, por un par de días… tiempo en el que no supe la razón de mi detención… ni pude comunicarme con mi familia o el personal de la embajada, el que durante mi estancia, había sido extraordinariamente gentil conmigo. Después fui acusada de servir de correo y de transporte de material antigobiernista, del grupo clandestino que se conocía, internacionalmente, como Los Montoneros. Apenas se supo algo de mí, la noticia llegó a Ruy, quien junto con el Director de la Facultad de Medicina y el Rector de la UNAM se movilizaron y lograron una entrevista con el Presidente de la República para puntualizarle que ellos me conocían y que yo era incapaz de prestarme a maniobra política alguna. El gobierno mexicano tomó el asunto en sus manos, regresó al anterior embajador en ese país, quien ya se había despedido de su cargo. Y así, después de dos meses de retención, salí de aquel país con un: --Usted disculpe--… Por fortuna pude reincorporarme a la Unidad de Patología del Hospital General de México y a mis labores de profesora de la Facultad de Medicina de la UNAM. En este evento fortuito e inesperado nuevamente se muestra la gran faceta del enorme ser humano que fue Ruy.
Casi al final de mis actividades como profesionista tuve su enorme apoyo y asesoría durante mi desempeño en la jefatura de la Unidad de Patología… bastaba recorrer un corredor del Hospital para que me recibiera en su oficina de la Unidad de Medicina Experimental.
Además, por otro lado tuvimos, siempre su gran apoyo y entusiasmo al participar en las presentaciones, como comentarista, de los libros que sobre cáncer cervical, tanto yo como mi marido, escribimos.
Toda esta historia no solo es el reflejo de la figura de Ruy como asesor e impulsor sino como arquitecto de una patología novedosa, dinámica, innovadora, con la investigación como motor, en un hospital con las características de tener una patología extraordinariamente rica, reflejo de la Patología de México y, además, con la enorme carga de su extraordinario espíritu como profesor y como ser humano, por eso es posible decir: Ruy Pérez Tamayo, el que no se ha ido.
Patricia Alonso de Ruiz:
Queridísima Patricia está excelente el laudatorio tuyo sobre Ruy, emocionante todo lo que describes sobre ese genio de la Patología y también un gran humanista que deja esa maravillosa vida y obra. Te felicito de corazón. Lo único que me entristeció al leerlo fue no tener al lado a Carlos mi amado compañero que quiso mucho a Ruy y lo hubiera disfrutado mucho. Ellos se conocieron cuando eran ambos muy jóvenes en San Luis Missouri. Carlos estaba soltero no sé si Ruy también. Carlos se entrenó con el Dr. Ackerman en Washington University, regresó a Colombia, a Cali, como patólogo a iniciar la cátedra y el laboratorio de Patología en 1953, cuando yo, de 16 años, cursaba primero de medicina y nunca me imaginé que me casaría con ese profesor. Ruy visitó al Dpto. de Patología que dirigía Carlos posiblemente en 1957 o 1958 porque ya estábamos casados Carlos y yo desde julio del 57. Qué recuerdos tan emotivos.
Te cuento algo muy lindo: nos acaban de homenajear a Nubia Muñoz y a mí en Cali. Nubia no vino porque empezaba sus vacaciones con Lionel en su casa de playa, yo sí fui un par de días, una hija me llevó. Ya no viajo sola, en lo posible. La Facultad de Medicina de la Universidad del Valle en Cali está cumpliendo 70 años de fundada y la Asociación de Médicos Egresados nos seleccionó a Nubia, a mí y a cuatro hombres. Fue muy emocionante, muy cálida toda la ceremonia y grande asistencia; me sentí muy honrada de estar junto a mi querida amiga Nubia en esta ocasión. Me referí a ella en mis palabras con mucho afecto y admiración, "by the way", mis palabras fueron bastante feministas pero les gustó porque me aplaudieron mucho. El diploma de Nubia lo recibió una sobrina muy parecida físicamente a ella. Bueno te enviaré una foto de este acto del 28 de julio. Mi abrazo fraterno para ti y Pepe, suspirando por verlos. Helena Restrepo.
Se ha ido el que no partirá, el que vive y vivirá fértil cada vez que se escucha la palabra “Ciencia” en México. El que no se da en pares, el que se hizo médico patólogo por profesión y científico vocación (aunque no creía en las vocaciones); el amante del buen lenguaje, él filósofo, el profesional de la duda, el melómano, el pensador, él escuela, el maestro, el que nos ofreció la libertad, para bien o para mal, de resolver y abordar problemas científicos, el que nos enseñó que “la ciencia es una actividad humana y creativa que tiene como objetivo la compresión de la naturaleza, cuyo producto es el conocimiento obtenido por un método científico organizado de forma deductiva y que aspira al consenso de los individuos técnicamente capacitados”, y que un experimento no sirve si no hay controles. El duro, el fuerte, el que escribió 87 libros y más de 140 artículos científicos y otros más de divulgación; el humanista, el escritor, el historiador, el de El Colegio Nacional, El de la Academia Mexicana de la Lengua, el Emérito de la Facultad de Medicina de la UNAM, el Honoris Causa en diversas universidades, el Tamaulipeco condecorado, el profesor en Harvard, el fundador de la Unidad de Patología del Hospital General de México, el del comité de Bioética, el de la junta de gobierno de la UNAM, el del Busto en la Secretaría de Salud, el consejero de ciencia y tecnología de la presidencia, el premio nacional de ciencias. El que fundó, dirigió, protegió y abundó nuestra casa, La Unidad de Investigación en Medicina Experimental, el que llegaba todos los días antes de las siete de la mañana a trabajar, el niño catedrático, el “profesor de carita” como le decía el Dr. Cicero. El que honró a su maestro con su nombre en un auditorio, El Viejo Alquimista, el de las Diez razones para ser científico, a las que me atrevo a sumarle la onceava: ser como él.
El de la calle con su nombre en Querétaro y en el CBT (Bachillerato Tecnológico) de Ayapango, Edo de México. El ser humano, la persona, el personaje, el ser de su familia... El legado es basto y diverso, suficiente para extrañarlo, pero también para motivar a aprender a crecer y honrarlo siguiendo sus pasos porque “En la UNAM no solo se imparte el conocimiento, también se genera”. Lo tuvimos, le aprendimos y nos inspiró a muchos y con seguridad inspirará a más a través de su obra y su forma de difundirla: “Aprender de ayer, vivir para hoy y soñar para mañana”.
Con perpetuo agradecimiento, admiración y respeto al Dr. Ruy Pérez Tamayo y plena empatía y solidaridad con su familia.
“Nadie se va, solo nos enseñan a estar presentes en otras maneras”
Veracruz, Ver. 2 de febrero de 2011.
Dr. Ruy Pérez Tamayo. Semblanza presentada en la reunión de la Sociedad Médica del Hospital General en Veracruz.
Es un gran honor, y un compromiso muy serio, hacer en tan poco tiempo, la semblanza de un personaje extraordinario como es el doctor Ruy Pérez Tamayo, figura emblemática de nuestro hospital. Doy las gracias al Dr. Buitrón por esta estupenda oportunidad que me permitirá hablar de mi maestro, en ocasión de la reunión en provincia de la sociedad médica del hospital general de México.
De inicio, me llena de emoción que se me haya encomendado esta misión de compartir con ustedes, aunque sea en unas cuantas palabras, algunas de las facetas y logros y aportes que el maestro doctor Ruy Pérez Tamayo, ha hecho a lo largo de su vastísima y variada carrera.
Hablar de este personaje, de su trayectoria como médico, como patólogo, como profesor, como investigador así como historiador y difusor de la ciencia y la cultura, no es una labor sencilla. Pero, por suerte, ahí están sus libros, artículos, crónicas, ensayos, cuentos y demás escritos que lo retratan y permiten conocerlo en tales aspectos, y sobre todo, en su enorme estatura de ser humano.
Seguramente, muchos de ustedes estudiaron en algunos de los libros de Anatomía patológica, escritos por el sólo o en colaboración con patólogos latinoamericanos y mexicanos, entre los que se cuentan muchos de sus ex alumnos; algunos conocerán su libro, escrito en la década de los sesentas, que fue el texto de la cátedra de patología en la escuela de medicina de la Universidad Harvard, el famosísimo “mechanisms of disease”; otros habrán leído algo, de lo mucho que ha escrito sobre la ciencia, la medicina, la patología o la medicina experimental, áreas que han sido su mayor empeño; pocos, y se han perdido de obras estupendas, conocerán sus escritos acerca de los recuerdos de su vida, de su familia de sus alumnos y de sus amigos. Hablaré entonces de un personaje, que en una forma u otra, es conocido de todos, por lo que su presentación podría ser considerada por muchos como inútil.
Pero aquí estoy, y ante tal situación, aprovechare estos momentos para contarles algunas de las extraordinarias experiencias que me tocó vivir con esta personalidad, gracias a que tuve la suerte de llegar a la Unidad de Patología del Hospital General De México, cuando el la jefaturaba. Mi llegada fue un verdadero accidente, tenía la necesidad de llenar ciertos requisitos para iniciar la especialidad que había escogido y que era la gastroenterología. En la unidad de patología me sonrió la fortuna al convertirme en su alumna, lo que cambió de inmediato mi deseo de ser gastroenteróloga por convertirme en anatomopatóloga.
Fue una etapa venturosa en la que recibí el impacto de encontrarme con un extraordinario maestro, que tenía un sistema preciso de enseñanza, que exigía trabajar con gran disciplina y que fomentaba el desenvolvimiento personal, incitándolo a uno no solo a imitarlo, sino a superarlo, cosa, obvio es decirlo, nunca conseguida. La unidad de patología de los años cincuenta – sesenta, cuando el doctor Ruy Pérez Tamayo fue su director, era un lugar privilegiado para el aprendizaje, la investigación y el progreso. En aquella unidad, no sólo había patólogos, sino que se encontraba uno con numerosos especialistas de diversas áreas: parasitólogos, bacteriólogos, micólogos, etc. que enriquecían la experiencia de la patología, trabajando todos en perfecta armonía bajo la férrea disciplina del jefe que nos hacía sentir a los residentes casi, casi esclavos en todas las actividades, pero sobre todo, en las guardias de la sección de autopsias, noches interminables y fines de semana que eran eternos cuando no había trabajo, pero cortas si pensaba uno que a temprana hora del día siguiente o del lunes tendría que hacer la presentación de los casos, que no se concretaba a la simple muestra de los órganos y de las lesiones encontradas sino que teníamos que sustentar nuestras opiniones con la información que estaba en los textos de uso común y en las revistas de la especialidad, de las que la unidad tenía un gran acervo. ¡¡hay de aquel que no conociera el último artículo publicado sobre la patogenia de la enfermedad que tenían las vísceras que presentaba!!
Y después de esa agotante sesión, había que estar listo para participar en las demás acciones académicas, por demás numerosas, en las que teníamos que participar en la misma unidad o en los diferentes pabellones del hospital.
Y las consultas con otras eminencias, con el doctor Edmundo Rojas, del Hospital de Nutrición, que en esa época era nuestro vecino, o bien atravesar la calle de Dr. Márquez para ir a consultar casos en el Instituto Nacional de Cardiología con aquel otro personaje que era el Dr. Isaac Costero. Estas actividades contribuían enormemente a nuestra formación, ya que los consultores, expertísimos en la materia le daban a uno, simple mensajero, una cátedra particular acerca del caso. Pero había más, eran también una muestra viva de la humildad que todos debemos tener al reconocer que alguien, puede saber más que uno y que consultar o buscar otra opinión no desluce a quien la promueve y si beneficia al paciente, razón de ser de nuestra profesión.
Otra actividad sui generis eran las juntas en las que se discutía un caso tomado de las sesiones de correlación clínico-patológica (los famosos c p c cases) Del New England Journal of Medicine. Estas reuniones se desarrollaban en inglés, con objeto de que aumentáramos nuestro dominio de ese idioma, que era entre pobre y paupérrimo. Al terminar todos disfrutábamos de la cena que nos ofrecía el organizador del caso lo que fomentaba la convivencia social y la camaradería indispensable para que un servicio trabaje bien.
Semanalmente había sesiones que se llamaban “misteriosas“. Tenían lugar en un pequeño salón donde se encontraba un legendario proyector de laminillas cuyo sistema luminoso eran unos carbones incandescentes. Ahí, se presentaban casos de los que no se conocía ningún dato clínico y había que discutir, completamente a ciegas, la morfología y los posibles diagnósticos. No faltaron las “tomadas de pelo” como cuando nos presentaron un alga de Veracruz o una molleja de pollo del mismísimo Chalco.
En aquella época, la fortuna me cobijo con grandes experiencias, ya que los que egresábamos de la residencia del Dr. Pérez Tamayo, teníamos que refrendar nuestros conocimientos en el extranjero, sobre todo en los estados unidos, en un departamento comandado por uno de los numerosos conocidos y amigos patólogos de Ruy. Acorde a las aficiones de cada uno, él nos seleccionaba un lugar para completar nuestros conocimientos y obtener el diploma de patólogos.
A mí me tocó una doble suerte: primero llegar a un bellísimo Lugar, a Boston y después, ser recibida en el departamento del doctor David G. Freiman, del Hospital Beth Israel, que estaba incorporado al sistema de enseñanza de la escuela de medicina de la Universidad Harvard. Durante mi estancia participé en el grupo del doctor Taft, estudioso de la epidemiologia y las manifestaciones patológicas de la fiebre amarilla, estudios que había realizados en la zona del canal de Panamá. Ahí encontré e hice amistad con un estudiante vivamente interesado en la patología, Ramzy Cotran, que con el tiempo se constituyó en un extraordinario patólogo y en el heredero del libro de patología de Robbins.
Tuve también la oportunidad de interaccionar con otro personaje, el doctor Guido Majno, cercano y querido amigo del doctor Pérez Tamayo.
Además, al iniciar el segundo periodo de mi adiestramiento tuve la alegría de saber que la familia Pérez Tamayo – Montfort llegaba a Boston, para que el maestro disfrutara de un año sabático como profesor de patología de la Escuela de Medicina Harvard.
Esa época es imborrable de mi memoria ya que, además de saber que mi profesor estaba en la misma ciudad que yo, los fines de semana que tenía libres los disfrutaba en su compañía gozando de la compañía de sus pequeños hijos, Ruyland, Isa y Bebo y a la querida Yonga, la esposa del Dr. Pérez Tamayo, así como de numerosos amigos de su cercano círculo de amistades.
El Dr. Ruy Pérez Tamayo después de dejar la dirección de la Unidad de Patologia estuvo en varios sitios y finalmente lo tenemos de regreso en la unidad de medicina experimental en ese nuestro hospital.
Debo comentar que el Dr. Pérez Tamayo es oriundo de Tampico, pero la mayor parte de su vida la ha pasado en la ciudad de México, sus estudios los hizo en la facultad de medicina de La UNAM y realizó numerosos estudios en diversos sitios de Estados Unidos y del extranjero. Su bibliografía es extensísima y ha recibido numerosos reconocimientos tanto en nuestro país como en el extranjero.
Para terminar solo deseo expresarle a Ruy toda mi gratitud y el enorme afecto que le tengo, por los años que disfruté de su enseñanza, en los que crecí como persona y como profesionista; por su dirección en el camino de la medicina, por su generosidad y por su comprensión y apoyo en un cierto momento muy difícil de mi vida, pero sobre todo, le agradezco todos sus consejos recientes, los que me dio en el momento de asumir la responsabilidad de dirigir la unidad de patología, una área tan importante para el Hospital General de Mexico y tan significativa para el Dr. Pérez Tamayo y sobre todo para mí, por todo lo que les he contado.
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