Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.
Editada y publicada por Editores Latinoamericanos de Patología A.C.

INFORMACIÓN EXCLUSIVA PARA LOS PROFESIONALES DE LA SALUD


RPT no era bombero, era científico: un día en la vida

Periodicidad: continua
Editor: Mario Magaña
Abreviatura: Patologia Rev Latinoam
ISSN: 2395-9581
Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.

          

 

RPT no era bombero, era científico: un día en la vida

Patología

Patología 2022; 60: 1-5.

https://doi.org/10.24245/patrl.v60id.8405

Marco Gudiño

Laboratorio de Adquisición de Procesamiento y Análisis Digital de Imágenes, Unidad de Investigación en Medicina Experimental, Facultad de Medicina de la UNAM.


Recibido: noviembre 2022
Aceptado: noviembre 2022

Corrrespondencia:

Marco Gudiño
gudino@unam.mx

Este artículo debe citarse como:

Gudiño M. RPT no era bombero, era científico: un día en la vida. Patología Rev Latinoam 2022; 60: 1-5.

Comprendo que al ser este un texto de admiración y homenaje al ser humano que encarnó al personaje Dr. Ruy Pérez Tamayo también es posible demostrar amistad, por lo que me tomaré la libertad de referirme al Dr. Ruy Pérez Tamayo como RPT sin pretender ponerme a la altura de la figura. De tal manera, que asumo las consecuencias ya que “el único responsable de este texto soy yo”, como decía constantemente RPT.

 

… entonces, “si mi hermano hubiera sido bombero, yo hubiera sido bombero”, platicaba cada vez que explicaba cómo se hizo científico. Yo no me lo imagino de bombero.

 

Había una vez un médico que se especializó en Patología y después adquirió el grado de científico ¿Se puede graduar una persona como científico? El licenciado se presume así por obtener un grado académico que lo acredita, de igual manera el médico, ingeniero, arquitecto, etc. Dibujaba, RPT, una teoría basada en su experiencia personal sobre la vocación en la cual aseveraba que las vocaciones no existen, justificando que la actividad profesional a la que se dedica un ser humano es la consecuencia de diversos factores a su alrededor y que además, “uno no siempre hace bien lo que le gusta, sino todo lo contrario a uno siempre le va a gustar lo que hace bien, y entre más ganas se le hecha mejor”, por lo que comprendo que él se dio cuenta de que era un buen científico y a medida que se daba cuenta de ello lo hacía cada vez mejor. Insisto, no me lo imagino de bombero.

Cuando conocí al Dr. RPT, vestía alrededor de 75 años, que en mi opinión no sumó más de 3 en los 18 años que trabajé con él. Para entonces, era un tipo delgado de estatura media con cabello y barba cerrada de candado de color blanco metálico, tez mestiza y de lentes casi cuadrados y grandes que se sostenían en su nariz afilada. Siempre vestía de traje (si hubiera hecho una estadística ganaría el azul marino) y portafolio negro de piel. Su llegada a la oficina era alrededor de las seis de la mañana por lo que salía de San Jerónimo a las cinco o cinco veinte antes meridiano. ¡Qué bueno que no fui su chofer! Se semi encerraba en su oficina, se ponía su bata y se acomodaba en un sillón verde olivo de piel para revisar y contestar su correo electrónico, leer un libro o bien el periódico (estos dos últimos en papel) dejando su puerta con una apertura numérica de alrededor de 0.25 y la puerta principal de la jefatura con llave. Su secretaria, Rosita, llegaba a las 8:30 dejando totalmente abiertas ambas puertas, y hasta ese entonces, poco se podía hablar con él. Cuando subía a preguntarle o solicitar algo, siempre (confesión), pensaba y parafraseaba en mi cabeza (al menos 10 minutos) como preguntarle e incluso la tonada al hablar; no sabía si tocar su puerta, quedarme en el marco de esta o avanzar paso y medio para entrar a su oficina y así llamar su atención. En su mayoría, a sus colaboradores, nos sucedía lo mismo. Una vez le pregunté ¿Puedo interrumpirlo? Y me dijo, con seriedad absoluta y ceja derecha alta: “ya lo lograste”. A su vez, él fomentaba el nerviosismo en cualquier visitante alargando su oreja derecha mediante la adaptación cónica su mano derecha simulando el plato de una antena para incrementar su capacidad auditiva y así decir: “No te escucho, no te entiendo”. Como respuesta adaptativa al momento, es indispensable tomar aire para inflar el pecho, dibujar dureza en el rostro para agarrar valor y volver a preguntar con al menos 5 decibeles más y entonces ya escuchaba. Al recibir su respuesta, me sentía salvado, cómodo y absolutamente inteligente pues me pude dar a entender con el miembro del El Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Lengua. Ya vestido de científico y después de darle “como fiera” (cómo él decía de alguien para referir que es muy bueno en algo) a la lectura y escritura bajaba al laboratorio a preguntar algo, discutir algo, pedir ayuda de algo, explicar algo o bien, a comer un tamal cuando traía el Dr. Alfonso Olivos y lo invitaba; no recuerdo con que motivo bajaba con mayor frecuencia, pero nunca, nunca, nunca, le falló a una cita con los tamales.

Su ambición científica, además de dirigir la Unidad de Investigación en Medicina Experimental la que fundó y dirigió de 1989 al 2018, se centraba en descifrar los mecanismos moleculares de patogenicidad de Entamoeba histolytica en su laboratorio de Patología Experimental en donde llegó a la conclusión de que Entamoeba histolytica no es tan histolytica, en el Hospital General de México. Constantemente se sentaba conmigo para que le ayudara a preparar diapositivas, fotografías y fotomicrografías digitales para presentaciones, ilustrar algún libro o bien de casos histopatológicos para alguna sesión que tenía. De tal manera que antes de que el mundo supiera lo que habría de decir, por fortuna mía, ya lo sabía yo. Su excitación por aprender y que las personas aprendieran era extraordinaria. Recuerdo, como sentencia vocacional, cuando le dije que quería ser microscopista y le llevé información de un curso y me dijo “adelante, nosotros te apoyamos” o cuando le platiqué que quería aprender a hacer cirugías para el modelo experimental de absceso hepático amebiano en hámster y con una sonrisa me dijo: “yo también era muy curioso de joven” y me platicó como aprendió a inyectar con una naranja y gracias a una enfermera que le enseñó pacientemente. ¿Cuántas veces puede una persona ser motivada así? Me estaba apoyando quien fuera miembro de la junta de gobierno de la UNAM y me dijo: “tu trabajo es de primer mundo”, el profesor Emérito de la Facultad de Medicina, el amante de la buena escritura me dijo: “tu resumen está muy bien ya que en él se explica: 1) Que es, 2) Cómo se hace y 3) Que se obtiene y para qué sirve”. Los diálogos con el eran muy cortos, pero siempre concretos y con visión de desarrollo y muy alta probabilidad de viabilidad.

 

La trayectoria académica del RPT estará presente en diversos escritos, homenajes, en sus 87 libros y más de 150 artículos, en el estroma de la historia y creación de la ciencia en México, en las escuelas que llevan su nombre, en la filosofía de la ciencia, sus personajes, maestros, y formadores de seres humanos e instituciones. Su producción es cuantificable, puede leerse toda su obra e incluso ver algunas pláticas o entrevistas en medios digitales, pero la experiencia de ser parte de su grupo, compartir a su lado es única e intransferible; como el tiempo, como la radiación del sol, como la lluvia, como apreciar un paisaje… solo es perceptible de quien la experimenta, y no siempre se está preparado para ello. Su entusiasmo para “entrarle” a la difusión de la ciencia como herramienta de progreso siempre fue jovial y generosa, aunada de la frase “soy muy joven, estoy empezando y tengo muchas ganas”, o cuando le hicieron un homenaje en la facultad de medicina por su cumpleaños 80 y dijo “haber quienes están aquí para festejar mis otros 80 años”. Nunca lo escuché quejarse de algo o alguien. Un ser humano y personaje fuerte, de convicciones y leal a si mismo. Tampoco, nunca vi o escuché que alguien le preguntara: ¿Qué hubiera sido de no haberse hecho científico? Muy probablemente hubiera dicho músico como su papá o filósofo, dibujante o escritor de novelas como lo mencionó un día su amigo Carlos Montemayor al comparar un ensayo de un texto literario escrito por él, con la descripción de un torrente sanguíneo escrito por RPT. Sin duda, si existiera un destino, su labor era crear, ser ciencia, ser científico, por lo que nunca, nunca, nunca le creí el cuento de que “si mi hermano hubiera sido bombero, yo hubiera sido bombero”. RPT no era bombero, era científico.

 

“… pensamos que hacemos ahora que es la despedida, vamos a despedirnos de las gentes con las que hemos trabajado, que tenemos cosas en común y que hemos compartido realmente nuestro interés, de diferentes niveles, tipos, calidades, profesiones, proyecciones, etc., etc., pero cosas en común conmigo (levantando la mano), con el individuo, con éste, este personaje (señalándose así mismo). De lo que se trata ahorita, es de la despedida del Doctor Pérez Tamayo del laboratorio en donde hemos convivido. Voy a tratar de estar ahí pero no estoy seguro de que se pueda; sin embargo, el tiempo que compartimos, que logramos hacer alguna que otra cosita que nos interesó lo disfrutamos juntos y merecía que se reconociera, que se los dijera, que yo les dijera: muchas gracias a todos y cada uno de ustedes por la convivencia, yo diría la resistencia. Quiero desearles que les vaya muy bien en su próximo futuro… fueron la temporada de unos años muy bien recordados. (Volteando a ver a cada uno de los presentes) Muchísimas gracias a todos por su generosidad, su afecto, su trabajo, su presencia, su amistad” Discurso de despedida de su laboratorio. San Jerónimo, 15:27 h, 9 de noviembre de 2017.

 

Con agradecimiento, admiración, respeto, emoción y más agradecimiento, más respeto y más emoción a perpetuidad.

Para leer la información completa, por favor descargue el archivo PDF.


Comentarios