Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.
Editada y publicada por Editores Latinoamericanos de Patología A.C.

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Ruy: mi maestro

Periodicidad: continua
Editor: Mario Magaña
Abreviatura: Patologia Rev Latinoam
ISSN: 2395-9581
Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.

          

 

Ruy: mi maestro

Patología

Patología 2022; 60: 1-2.

https://doi.org/10.24245/patrl.v60id.7526

Arnoldo Kraus


Recibido: febrero 2022
Aceptado: marzo 2022

Corrrespondencia:
Este artículo debe citarse como:

Kraus A. Ruy: mi maestro. Patología Rev Latinoam 2022; 60: 1-2.

Ruy no cabía en Ruy. Su ser necesitaba más cuerpos, más rostros, más cabezas. Antes de la época de la clonación, quien tuvo la suerte de conocerlo comprendía esa realidad: Ruy era Ruys. Encontrarse con él era una fortuna. Ser su alumno, un regalo de la vida. Dones le sobraban; cimentaba muchos quehaceres, todos preñados de sabiduría, inteligencia y provocación. También era duro, muy duro. Muchos le temían, no pocos se quebraban. No podría ser diferente: había un Ruy, había otro Ruy y, al unísono, muchos Ruys: él se comportaba como el doctor Pérez Tamayo pero no era así: disecarlo con sus bisturís era menester: ¿Dijo lo que dijo?, ¿cortó lo que cortó?, ¿y por qué sí y por qué no?

No pocos quedaban imantados por sus heterónimos. Sus miradas y decires multiplicaban los deseos de alumnos y amigos. Transitar algunos segmentos de la vida abrazado por las huellas del maestro era un gran estímulo.

Creo que Ruy no lo sabía. Ahora se lo digo: fue tan pessoiano como el mismo Fernando Pessoa. Sus palabras e ideas circulaban y circulaban. Ruy poseía el arte de desdoblarse. Gracias a esa capacidad muchos fuimos arropados.

Mi maestro era un seductor nato; quienes atendían a algunas de sus múltiples actividades, hombres y mujeres, pronto lo entendían, Ruy era sui géneris. Y sí lo era. Muchas cosas aprendí de él. Diría que labró algunas de mis inquietudes. Muchos retos nacieron a su lado. Mientras escribo lo recuerdo vivo: orador, amante del tequila, conversador, con frecuencia sonriente, escritor, científico, enamorado de la vida. Pasar una tarde con él en La Providencia acompañado de tequila blanco, siempre y sólo blanco, significaba tocar y tocarse. La Providencia no sólo era una cantina: era la cantina de Ruy y de algunos de sus compinches, y era, para quienes compartíamos con él la mesa, un tiempo largo, único, hermoso, irreproducible.

Ignoro quién amaba más: si Ruy a la vida o las vidas a Ruy. Escribir epitafios es muy complejo. Es más sencillo escribir con el corazón: gracias, Ruy, muchas gracias, querido maestro.


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