Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.
Editada y publicada por Editores Latinoamericanos de Patología A.C.

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Ruy Pérez Tamayo. (Tampico 1924-Ensenada 2022)

Periodicidad: continua
Editor: Mario Magaña
Abreviatura: Patologia Rev Latinoam
ISSN: 2395-9581
Indizada en: Index Medicus Latinoamericano, LILACS.

          

 

Ruy Pérez Tamayo. (Tampico 1924-Ensenada 2022)

Patología

Patología 2022; 60: 1-5.

https://doi.org/10.24245/patrl.v60id.7576

Eduardo López-Corella


Corrrespondencia:

Eduardo López Corella
tarto006@gmail.com

Este artículo debe citarse como:

López Corella E. Ruy Pérez Tamayo. (Tampico 1924-Ensenada 2022). Patología Rev Latinoam 2022; 60: 1-5.

“porque te has muerto para siempre” FGL

 

Murió Ruy, murió para siempre. Pero no se llevó nada. Se fue, ligero de equipaje. Nos dejó todo. Noventa y siete años bien vividos. Deja un hueco que no podemos llenar pero ya viene colmado de dones para sus alumnos, sus amigos, su familia, su lengua, su país. Para su comunidad académica “de aquende y allende el mar”.

Lúcido, generoso y tranquilo hasta el final.

Un patólogo completo. Como médico, decidió por seguir el derrotero de la anatomía patológica, disciplina situada en la interfase entre las ciencias básicas y la medicina clínica, participando de ambas, y estudiando la enfermedad más que al enfermo. Abrevó en las dos fuentes, representadas por sus dos maestros primigenios. Don Isaac Costero le transmitió la tradición europea de la descripción minuciosa de la enfermedad, orientada a esclarecer su naturaleza y su comportamiento. Y don Lauren Ackerman le inculcó la importancia de la identificación precisa de la enfermedad que conduce a las decisiones terapéuticas. Esto está reseñado, con mucha mayor precisión y elocuencia de la que soy capaz, en la nota fúnebre que escribió Ruy en memoria de uno de sus más cercanos amigos, Edmundo Rojas, quien, en este contexto en particular, experimentó igual transformación existencial. (1)

Ruy nunca olvidó al enfermo. Sus diagnósticos anatomopatológicos eran precisos y contundentes. Pero iba más allá. Decía: “no solo se trata de ponerle nombre, háganle preguntas a la laminilla, a la pieza quirúrgica, a lo que se encuentran en la autopsia. Tienen más cosas que decir que simplemente cómo se llaman”

Y luego de exhaustivas sesiones de quirúrgicos y de autopsias se metía al laboratorio de patología experimental donde, con una tenacidad de décadas, y acompañado siempre por su esposa y compañera Irmgard Montfort, nuestra muy querida y recordada Yonga, persiguió a los enigmas de la morfostasis y los mecanismos del daño tisular en enfermedades infecciosas e inmunológicas. Y otros vericuetos más.

Y en todas estas actividades, cada paso era una acción de enseñanza. El intercambio de información y experiencias se establecía en un flujo constante entre la sala de autopsias, el laboratorio de patología quirúrgica, las clases a los estudiantes de medicina, los laboratorios de investigación.

Podemos decir que fue: “the compleat pathologist”

La Unidad de Patología; un sistema de vasos comunicantes. Y eso fue la Unidad de Patología, que nació como un sueño de Ruy y su entrañable amigo, consumado patólogo y gran académico Franz von Lichtenberg, ambos recién regresados de Estados Unidos. Y a su regreso, no se insertaron en el mercado laboral de la patología mexicana. Ellos crearon su propio nicho; conjuntaron las voluntades de la UNAM y del Hospital General de la Ciudad de México, consiguieron financiamiento de la Fundación Kellogg de Estados Unidos, y crearon lo que atinadamente llamaron “La Unidad de Patología”. Franz duró poco en el proyecto, regreso a una distinguida trayectoria académica en Harvard y Ruy quedó solo en el timón.

No era un Departamento de Patología. Era una UNIDAD, ciertamente con autopsias y patología quirúrgica, pero también con un laboratorio de Bacteriología llevado por el recordado don Luis Felipe Bojalil y un laboratorio de Parasitología llevado por don Francisco Biagi, uno y otro distinguidos académicos y ambos al frente de grupos de profesionistas de primera línea. Y un laboratorio de Patología Experimental, donde bajo el ala protectora y formativa de Irmgard y de Ruy se gestaron como investigadores Saul Villa, Marcos Rojkind, Roberto Kretschmer, Carlos Larralde et al.

Pero ninguna de estos espacios eran ínsulas separadas. Era una convivencia estrecha y cotidiana. Nos veíamos todo el tiempo, nos cruzábamos en los pasillos. Todos sabíamos lo que hacían los bacteriólogos y los parasitólogos, que además hacían los cultivos y exámenes coproparasitoscópicos de todas las autopsias. Los experimentalistas trabajan sobre los problemas que veíamos a diario en el diagnóstico anatomopatológico como cirrosis, enfermedad renal crónica, inmunopatología, amibiasis. Todos sabíamos lo que hacían todos.

Y los que optamos por la anatomía patológica como actividad clínica, que fuimos la mayoría, nos enriquecimos con la amplia perspectiva que recibimos de haber vivido ese efervescente sistema de vasos comunicantes.

Esos primeros años han de haber sido duros. Los primeros libros de protocolos de autopsia de por allá por años 1953-1954, libros que espero que aun existan, recordando que la Unidad fue destruida dos veces, daban cuenta de los prosectores: Ruy, Franz, Herman Brandt que se incorporó desde la creación, y seguían Ruy, Franz, Herman, Ruy, Franz, Herman, y así y así seguían. Ha de haber sido agobiante. Pero, bien dirigido, muy pronto fructificó. Acudían jóvenes, y no tan jóvenes, del país y de más allá, en pos de la enriquecedora experiencia de trabajar con Ruy, y el grupo de trabajo rápidamente se expandió. A escasos cinco años de trabajo, allá por 1958-1959 apareció un voluminoso número de la revista La Prensa Médica Mexicana ocupado en su totalidad por contribuciones de la Unidad. Todos ellos trabajos de largo aliento, multidisciplinarios, todos con el impulso enérgico y estimulante de Ruy.

Un maestro nunca distante. Ruy fue maestro en todo lo que hacía. No solo en el hospital. Ser su alumno era vivir con él. Nos integraba a su vida familiar, y él se integraba, entusiasta y participativo, a nuestra vida personal y social. Se enteraba, y empatizaba, con todos los sucedidos, gozosos, gloriosos y dolorosos, que nos afectaban. Asistía a nuestras reuniones, compartíamos cantadas y bebidas, era el alma de prolongadas discusiones sobre todos los temas imaginables. Su extensísima cultura, que la llevaba con gran desenfado, nos envolvía a todos.

Nos inculcó la cultura del trabajo (“nada resiste el efecto corrosivo del trabajo”) y trató, creo que con menos éxito en algunos de nosotros, de inculcarnos la cultura del orden y la disciplina. Pero sobre todo, nos contagió la pasión por nuestro oficio y profesión, por lo que nos enseñó a hacer juntos. Un verdadero maestro.

Entre sus frases memorables. Una reminiscencia a la deriva. Celebración multitudinaria en El retirito, sitio icónico de la trova yucateca. 1958. Final del curso de Patología. Seríamos unos veinte, entre alumnos y maestros. Muchas botellas, muchas canciones, mucha guitarra. Herman Brandt insistía que nuestra interpretación de “Aquellos ojos verdes” era muy rápida y nos enseñaba cómo debía ser. Ante la alarma de verse extinguida la última botella, Ruy exclamó: “Que traigan un Evaristo Primero”. Arnoldo Barrera, al paso de los años distinguido gastroenterólogo en Chihuahua, llamó a la cautela. Dijo “oiga, esas son palabras mayores”. “PUES VAMOS A DECIRLAS”, dijo Ruy. Y el Evaristo Primero fue traído, y agotado. Al final, entre alumnos y maestros, no ajustábamos para pagar la cuenta. Mientras discurríamos sobre los posibles desenlaces apareció, como transfiguración de San Gabriel Arcángel, John Doria, antiguo, y californiano, alumno de Ruy, que se integraba tardíamente a la celebración; con benigna sonrisa, el buen John aforó hasta completar la cuenta.

La Unidad de Patología se convirtió en un imán irresistible. Los estudiantes y residentes convivimos con los que a la postre serían patólogos señeros en nuestro país, pero también en Costa Rica, Panamá, Guatemala, Honduras, Salvador; nos visitaban profesores de Sud América, Estados Unidos y Europa. Nos sentíamos en el centro del mundo, anatomopatológico.

AMP. SLAP. De las sociedades de patólogos. Ruy siempre desplegó un vivo interés y una activa participación en la organización de los patólogos. Para mediados de la década de los años cincuenta los patólogos en el subcontinente latinoamericano, hasta entonces dispersos, empezaban a organizarse. El maestro Costero tuvo particular interés en organizar el ámbito latinoamericano y en una memorable reunión en 1955, en la recién construida Ciudad Universitaria en la Ciudad de México convocó a patólogos de toda Latinoamérica y del resto del mundo y creó la Sociedad Latinoamericana de Anatomía Patológica, hoy Sociedad Latinoamericana de Patología (mismas siglas, SLAP). Ruy participó activamente en la organización de ese evento. En la celebérrima foto histórica de esa reunión, Ruy aparece dos veces – “el primer documento fotográfico de clonación humana”, comentaba don Javier Arias Stella. Pero el compromiso de Ruy con la patología latinoamericana fue permanente. Cultivó ligas de amistad y colaboración con patólogos de todos los países y en un triángulo particularmente estrecho y productivo con Javier Arias Stella de Perú y Pelayo Correa en Colombia le dieron voz a la patología latinoamericana en todo el mundo. Y asistió y participó en nuestros Congresos mientras tuvo fuerzas para hacerlo. La Conferencia Pérez Tamayo es parte de la programación habitual en nuestros congresos latinoamericanos.

En esos mismos años, Ruy junto otros patólogos jóvenes, y al margen del interés más bien latinoamericano del maestro Costero, fundaron en 1954 nuestra Asociación Mexicana de Patólogos – a lo largo de estos casi 70 años, Ruy fue siempre asiduo asistente, promotor, participante, defensor, patrocinador.

Un hombre del renacimiento. Ruy fue insaciable en la búsqueda del saber. Acabado su ciclo en la Unidad de Patología, donde cultivó todas las vertientes de la especialidad, decidió jugar todas sus cartas a la patología experimental a la que dedicó esencialmente el resto de su vida profesional, con un interludio, de algunos años muy productivos al frente de Departamento de Patología en el Instituto Nacional de Nutrición pero siempre conservando su laboratorio de patología experimental en el mismo Instituto y posteriormente en la Facultad de Medicina de la UNAM y finalmente en el Instituto de Medicina Experimental, dependiente de la Facultad de Medicina, nuevamente en el Hospital General de México.

Pero hizo muchas cosas más. Ingresó en las enrarecidas atmósferas de El Colegio Nacional y la Academia Mexicana de la Lengua, se convirtió en un polígrafo, con libros y artículos académicos en materia médica, epistemológica, deontológica, innumerables escritos periodísticos y de divulgación científica, de crítica y reseña literaria, musical e histórica, que merecen ser glosados por quienes estuvieron más próximos a Ruy en estos desempeños. Nuestra Revista Patología alojó muchas muestras de su sabiduría y buen humor. Su biblioteca personal es asombrosa en su calidad, diversidad y extensión. Su colección de discos era un arcón de joyas.

Quiso saber todo, y casi lo logró.

Otra reminiscencia a la deriva. Bueno, algunos huecos quedaron en su cultura. Morelia 2015, Feria del Libro. Se presentaba uno de los últimos libros de Ruy, “Las Transformaciones en Medicina”. Yo participé en la presentación y recurrí a algunas alusiones beisboleras, aclarando que lo hacía porque el beisbol era de los pocos temas sobre los que Ruy no sabía nada. En el público estaba el maestro don Jaime Labastida, poeta, filósofo y sinaloense de gran prestigio, muy amigo de Ruy. Al final de la presentación se acercó a nosotros y dijo “Ya ves Ruy, debes hacerle caso a Eduardo y saber de beisbol, en vez de perder el tiempo en tennis y esas cosas que haces”. Fueron mis diez minutos de gloria.

 

Un yucateco nacido en Tampico. Siempre fue un yucateco. Muy cuidadoso de su aspecto personal, siempre vistió con recatada y muy cuidada elegancia. Pero en cuando empezaba el calor, de marzo a mayo en México, su indumentaria era la tradicional y muy elegante guayabera yucateca; a veces hasta con botones de plata. La gran familia de patólogos mexicanos siempre lo recordaremos en nuestros Congresos, que son en Mayo y a menudo en la playa, de impecable guayabera, disfrutando y participando en todo.

Y siempre con alma de peninsular, acabó su vida en nuestra otra península, en Baja California, viendo el mar, y compartiendo sus recuerdos con los que tanto lo quisimos.

Tengo que volver, como empecé,….porque es inevitable, a Federico García Lorca.

¡Qué gran torero en la plaza!

¡Qué gran serrano en la sierra!

¡Qué blando con las espigas!

¡Qué duro con las espuelas!

¡Qué tierno con el rocío!

¡Qué deslumbrante en la feria!

¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla!

 

REFERENCIA

  1. Pérez Tamayo R. Adiós a Edmundo Rojas (1917-1989). Patología. Revista Latinoamericana. 1989,27:191-193.

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